Ignacio Camacho-ABC
- La adjudicación de los fondos europeos lleva camino de crear un sistema subvencional de clientelismo posmoderno
Fue David Madí, antiguo hombre de confianza de Artur Mas, el que en una charla con un amigo dijo que la gestión de los fondos de ayuda al Covid iba a ser «una merienda de negros». El interlocutor en cuestión era un consultor al que Madí proponía sumarse al negocio sin saber que tenía intervenido el teléfono por asuntillos que aún colean del Proceso, y la conversación ha dado vueltas hasta acabar en la Fiscalía europea de delitos financieros. En ella se mencionaba una reunión de Iván Redondo con empresarios catalanes a los que había invitado a presentar proyectos que pudieran ser susceptibles de recibir dinero. El entonces jefe de gabinete de Sánchez estaba en aquel momento preparando el decreto que facultaba al poder ejecutivo -gracias a la cándida abstención de Vox, por cierto- para ejecutar el reparto según su exclusivo criterio. Se prefiguraba así la rebatiña que las adjudicaciones iniciales han dejado de manifiesto: una distribución discrecional favorable a instituciones y compañías amigas del Gobierno.
Programas prescindibles, incluso extravagantes, de sesgo ideológico. Subvenciones clientelares a planes o empresas de interés general dudoso. Territorios discriminados según el signo partidista de sus dirigentes autonómicos. Antiguos altos cargos reconvertidos en intermediarios de influencias. Precedentes inmediatos de rescates millonarios -con dinero español, de la SEPI- a una línea aérea que apenas vuela y más recientemente a una famosa discoteca socorrida con 18 millones en virtud de una supuesta importancia… ¡¡estratégica!! El goteo no ha hecho más que empezar y ya abundan sombras de sospecha, como es lógico en un sistema del que fue rechazada en forma expresa la posibilidad de que se rigiera por un organismo autónomo capaz de garantizar su independencia. Las primeras asignaciones ya han sido objeto de recursos judiciales y cuando llegue el grueso de las entregas no va a haber bastantes jueces para ocuparse de la marea contenciosa que amenaza con llegarles. Los procedimientos administrativos faltos de transparencia en sus trámites son el ambiente idóneo para el agiotaje.
Y ése es el método que ha elegido el sanchismo. Un mecanismo arbitrario, meramente potestativo, sin sujeción a reglas tasadas ni a compromisos de control estricto. Un flujo de efectivo a libre disposición del mando político. El requisito de digitalización de los proyectos parece más metafórico que técnico: debe de referirse a su concesión a dedo, que está perfilando el afloramiento de una cultura del pelotazo en versión 3.0. Un régimen subvencional posmoderno con los mantras de la reconversión tecnológica y la sostenibilidad como pretexto. Sostiene el lúcido colega Fernández Miranda que asistimos al germen de los escándalos de corrupción que acabarán aflorando en los próximos años. Al ritmo que vamos acaso ni siquiera resulte necesario esperar tanto.