Cultura líquida, sociedad líquida

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 27/03/15

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· Toda opinión es subjetiva. Lo que importa es si está sostenida en argumentos racionales, cuyo valor puede ser examinado por los demás.

El historiador Tony Judt afirma que uno de los problemas principales para enfrentarse seriamente a la historia de terror del régimen nazi, un régimen que sólo pudo funcionar gracias a los muchos colaboradores que encontró en la misma Alemania, pero también en los países que fue ocupando, fue limitar la culpabilidad y la responsabilidad de lo sucedido primero a los alemanes, luego, dentro de Alemania, a los nazis, y al final sólo a algunos de los nazis.

De forma parecida se podría afirmar que en los debates actuales se ha perdido la capacidad de un análisis sistémico que contemple la complejidad de la situación, y en su lugar se adjudica la responsabilidad y la culpabilidad a unos pocos chivos expiatorios –que no por ello están libres de culpa–: la banca, la globalización, la especulación financiera, los políticos, la política, la corrupción, el sistema capitalista. Basta con citar alguna de estas palabras, o varias de ellas en combinaciones diferentes, para crear la sensación de haber hecho comparecer al mal personificado como si de un conjuro se tratara, algo que no necesita ni argumentos ni explicaciones, algo que es presente y evidente con solo nombrarlo.

Si las sociedades son sistemas complejos en los que las distintas partes y los distintos elementos que las componen están estrechamente relacionados, si la cultura es el sistema englobante que dota de sentido a todos los elementos que ocupan un lugar dentro de ella, parece difícil que lo que predicamos por medio de la crítica como característica inaceptable de alguno de sus componentes no pueda encontrarse, de la misma o de manera distinta, en el resto de componentes, en la cultura misma.

Hace muchos años, en unos momentos también críticos de la cultura moderna, allá por el año 1968 se podía escuchar como un chiste, pero con significado serio: «que paren el mundo, que quiero bajarme de él». Una sensación parecida produce la lectura de los periódicos cada día. Como uno no puede bajarse del mundo, la única salida que queda es la de inmunizarse contra lo que los medios nos ofrecen como información iniciando un camino hacia el exilio interior. Una forma de bajarse del mundo sin renunciar del todo al contacto con él.

Como el cúmulo de información ha llegado a adquirir tal magnitud gracias a los nuevos modos de comunicación, existe otra salida posible: para no ahogarse ni perder el equilibrio ante la multiplicación de noticias que anuncian de la misma forma desastres, corrupciones, propaganda de productos, inventos, estudios sobre todo lo que se puede estudiar, sean sus resultados radicalmente incompatibles entre ellos, no queda más remedio que relativizarlo todo, quitar importancia a las noticias y subrogados, minimizar en lo posible lo que pudiera afectarnos para sobrevivir y no terminar sumergidos en la basura informativa.

Algo parecido a la liquidez que el sociólogo Baumann predicaba de la cultura y de las sociedades modernas: no hay nada sólido, han desaparecido los cánones, no hay nada en qué creer, todo está en flujo, nada es creíble, todo es relativo, todo subjetivo, todo cambia porque nunca llega a adquirir forma sostenible, todo puede ser reinventado, incluso uno mismo, porque no tiene consistencia alguna que se resista a la manipulación permanente. El gran Koldo Mitxelena, con la pasión que le caracterizaba, acostumbraba a decir en voz alta cuando escuchaba a alguien decir que «eso solo son cuestiones semánticas»: «pero si la semántica es lo más importante!».

Recientemente hemos podido leer algunos textos publicados en prensa en los que, desde distintas perspectivas, los autores reclamaban devolver a las palabras su significado y volver a tomarlas en serio (Rafael Argullol y Luis Goytisolo entre ellos). En un momento cultural en el que cualquiera que participa en un debate comienza sus frases, o las termina, con las palabras «es mi opinión subjetiva», el diálogo está perdido. Por supuesto que las opiniones son subjetivas. Por supuesto que cada participante en un debate expresa su opinión personal. Lo que importa, sin embargo, es si esa opinión, por supuesto subjetiva, está sostenida en argumentos racionales, cuyo valor puede ser examinado por los demás. Subjetivo es todo lo que dice cualquier persona. Pero algunas afirmaciones son sensatas, están argumentadas, se someten al control de la argumentación y del debate racional, y otras afirmaciones no pasan del nivel de la puesta en escena de las desnudeces propias, de la insustancialidad de quien propone dichas afirmaciones.

Todos los días se renueva el bombardeo de la crisis política que atraviesa España en estos momentos que ya duran demasiado. Cada día surgen nuevas propuestas, incluso surgen nuevos movimientos y nuevos partidos, aunque algunos parecen ya viejos a pesar de haber nacido para hacer frente a los viejos partidos. Y los nuevos que surgen empiezan a gastarse, o alcanzan el cenit antes de haber alcanzado el poder. Es la voracidad de la vaciedad, es la voracidad del presente que engulle todo antes de que pueda llegar a ser pasado con historia, y antes de que llegue a tener futuro, pues ni pasado ni futuro son términos que signifiquen algo para los modernos actuales.

No vendría mal una mirada al pasado, una relectura de los clásicos, resistir a la tentación del pensamiento de moda, no correr detrás de cada novedad, pues hasta la misericordia que predica el papa Francisco deja de tener significado si no va unido al reconocimiento del pecado, pues es el pecador el necesitado de la misericordia de Dios. Sin pecado, la misericordia es mera tolerancia, a lo mejor solidaridad, quizá justicia, pero no la recepción del amor de Dios que capacita para amar al prójimo.

A veces se impone la pregunta: ¿dónde han quedado todos los análisis críticos de la cultura moderna, fueran formulados por el espíritu conservador liberal como el de un Raymond Aron, o por los Adorno, Horkheimer o Benjamin, educados en el marxismo crítico?

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 27/03/15