Culturismo digital

EL MUNDO 02/11/13
ARCADI ESPADA

Este periódico donde te echo las cartas está inmerso en lo que ha dado en llamar un cambio de piel. Una reorganización técnica de sus contenidos, con modificaciones en la manera de agruparlos y de difundirlos; en su valor y en su precio. Habrá que ver lo que significa cuando el proceso haya terminado. Pero a mí este lema me parece inspirado y preciso. Obviamente ha recibido las críticas que eran de esperar. Con mala o peor fortuna expresiva, se basan en la presunta necesidad de que el periódico (y por extensión los periódicos) cambie algo más que la piel, siguiendo el dictado de esta cultura digital que predice el final de los periódicos y la caída de las instituciones que sostienen el sistema mediático. He escrito cultura por dejo, cuando lo que tenía que haber escrito, pero ahora voy, es culturismo, adolescente y muy hormonado, a veces de un matonismo algo patético. Bien. Este culturismo alienta una revolución y esto es lo primero que debe ser considerado, porque una revolución es el principal de los anacronismos políticos. El valor fundamental de la democracia es que anula el concepto de revolución del mismo modo fríamente técnico como el motor de explosión anuló al caballo.
Para tener un catálogo ampliado de los anacronismos intelectuales que manejan estos supuestos modernos, te recomiendo que leas el diálogo que mantuvieron esta semana en el TimesBill Keller y Glenn Greenwald. El primero, de 64 años, fue el anterior director del periódico, y hoy un excelente columnista, que escribe y sabe. El segundo, de 46, es un abogado que ha colaborado en publicaciones diversas, y que este año publicó en el Guardian las revelaciones de Snowden.
El debate se centra en algunos viejos problemas del periodismo, y el principal, que es el de la objetividad. Lo que dice Keller tiene un interés relativo: con orden y ponderación va detallando las reglas a que se atiene el periodismo para describir el mundo. No son diferentes de las que utiliza el método científico. Para mi gusto, y tal vez porque es el anfitrión del debate, Keller se muestra demasiado concesivo con su rival. Incluso en términos conceptuales, aceptando que se hable de la imparcialidad del periodista y no de su objetividad, rasgo que identifica con lo divino. En realidad sucede todo lo contrario: es la imparcialidad lo que resulta ser una aspiración exoplanetaria. La naturaleza ha programado al hombre para tomar partido, y de un modo inmediato, basándose, además, en razones emocionales. El proceso de la objetividad no es más, primero, que el reconocimiento de que esto es así, y no es de más carnes, como decía tan vistosamente mi abuela María Pérez. Y luego el esfuerzo por que siendo esto así y sabiéndolo, el periodista sea capaz de corregir este sesgo. Si los hechos del mundo no pudieran describirse a pesar de las convicciones personales no sólo no habría periodismo, sino que no habría hechos ni mundo.
El interés real de la discusión, ya lo sospecharás, está en la indigencia intelectual de Greenwald. Te resumo alguna de sus perlas. La primera, sobre la objetividad, precisamente: «Todos percibimos y procesamos intrínsecamente el mundo mediante prismas subjetivos. ¿Qué valor tiene fingir lo contrario?». Qué breve incapacidad de comprender el oficio: reducir a fingimiento el noble esfuerzo de vigilar las convicciones, y evitar que su exhibición añada espuria autoridad a una determinada interpretación de los hechos. A nadie importaría que el entrevistador del padre adoptivo de Asunta opinara que es inocente; pero a todos influiría. Entre otras cosas porque el pueblo tiene del periodista una opinión que nunca claudica: cree que sabe más de lo que habla. Y cree que sus opiniones no son más que una forma de información que no puede manifestarse de otro modo.
A veces los argumentos de Greenwald están basados en problemas reales del periodismo, como el de que la verdad y la mentira tengan el mismo estatus en muchas informaciones: «Informar», satiriza Greenwald, «se reduce a X dice Y, en vez de X dice Y, y eso es falso.» Por desgracia, el periodismo trabaja casi siempre en un plano donde sólo existen las llamadas versiones de los hechos. Volvamos a Asunta. En este momento dice el padre adoptivo que él no la mató. El periodismo podría ignorar esa declaración; pero jamás puede apostillarla.
Paradójicamente, es en asuntos morales donde Greenwald se comporta en arreglo al estereotipo más tradicional del viejo periodismo de colmillo retorcido. Hablando de la publicación de los papeles, de la lealtad a los gobiernos y de la necesidad de proteger vidas, escribe: «No sentiría ninguna lealtad especial al Gobierno de EEUU frente a otros gobiernos a la hora de decidir qué publicar». Es el mismo aleteo que los lleva a la proclamación de la revolución: su convicción de que en realidad no viven en una democracia. Otra opinión que intentan pervertir en hecho.
Aliado con el fundador de eBay (uno más de esos millonarios que quieren invertir en las noticias), Greenwald pretende desarrollar un nuevo negocio del que apenas nada se sabe. Miento, miento. Se sabe mucho, y sólo hay que leer este largo diálogo en toda su extensión y ver que las bases intelectuales, metodológicas del negocio apenas superan la elementalidad de los muckrakers y del periodismo militante puramente preindustrial: la mona vestida de cristal líquido. Se sabe, se sabe. No si será negocio. Pero sí que no será nuevo. Como dice nuestra querida Verónica Puertollano hay dos tipos de «innovadores»: los que miran a su alrededor y echan en falta algo y por tanto lo hacen (Steve Jobs, Elon Musk, el de Paypal y el Hyperloop). Y luego están los que se ponen a hacer sin mirar, y cuando levantan la cabeza, resulta que ya estaba hecho. Al comprobarlo, la humildad inteligente se suma y ayuda. Pero la adolescencia arrogante se pone a cocear a los padres con las cascadas pezuñas de los abuelos.
Sigue con salud
A.