Todos tenemos la obligación moral de devolver la confianza a la gente en la que nunca confiamos. Vayamos en socorro de las grandes instituciones. ¿Qué sería de los fieles si se hundieran las grandes catedrales de nuestra época, que son los bancos? ¿A quién rogaríamos para poder pagar nuestras hipotecas?
Hay que ayudar a la Banca, que ha calculado mal nuestras ganancias y las está poniendo en peligro. Los pobres debemos ser solidarios con los manipuladores denuestro dinero, ya que si les falta no podrán prestarnos lo que era nuestro, con los debidos intereses. ¿Cómo no acudir a su exilio? Si no nos aprestamos para socorrerlos lo van a pasar muy mal, ya que entre ellos no se socorren. La gente normal y corriente, que es la que está acostumbrada a las anormalidades y tiene muy poco dinero en su cuenta corriente, debe hacer un sacrificio para salvar a los grandes accionistas, que tanto han contribuido a la grandeza del país. Cuentan con nosotros.
Europa abre el cauce a la nacionalización de los bancos, aunque llaman a eso con otro nombre para evitar antiguas resonancias. La cumbre de París, que está a niveles subterráneos, ha acordado un plan de rescate financiero, pero cada nación deberá arreglárselas como pueda, incluidas las que no tienen arreglo posible. Se trata de salvar al sistema, que es absolutamente necesario hasta que inventemos otro mejor. El barón Guy E. de Rothschild, que algo debía de saber del asunto, decía que un banquero es el hombre que presta a otro el dinero de un tercero. Al parecer ese tercer hombre escasea. Los bancos no se prestan dinero ya que han llegado a conocer la técnica de sus mecanismos internos y no se fían el uno del otro.
Todos tenemos la obligación moral de devolver la confianza a la gente en la que nunca confiamos. Vayamos en socorro de las grandes instituciones. ¿Qué sería de los fieles si se hundieran las grandes catedrales de nuestra época, que son los bancos? ¿A quién rogaríamos para poder pagar nuestras hipotecas? Nuestras preces siempre deben tener un destinatario y por ahora no hay otro.
Manuel Alcántara, EL CORREO, 14/10/2008