ABC-LUIS VENTOSO
Políticas disparatadas e Iglesias como asesor estelar
PONERSE la lógica y la razón positivista por montera e intentar habitar en lo paranormal no es nuevo. En 1916, los dadaístas ya hacían sus gamberradas entre el humo del Cabaret Voltaire de Zúrich, jugando a triturar las convenciones de lo que entendemos como «normal». Luego los surrealistas, o el teatro del absurdo de Ionesco y Beckett, siguieron convirtiendo la cordura en una goma elástica, esperando a un quimérico Godot que nunca llegaba ni se sabía quién era. Pero aquellas vanguardias alocadas y provocadoras cayeron en el olvido. Hasta que llegó el neodadaísmo Sánchez. Casi a diario, en el Gobierno de España se dan situaciones que pasan por normales, pero que son inauditas para los parámetros de las democracias avanzadas. Ayer mismo:
El martes, el presidente Torra ofreció una conferencia programática en un teatro (el Parlamento lo ha cerrado). Resumen: el máximo representante del Estado en Cataluña recalcó que hará todo lo posible para romperlo y crear su república; también animó a todas las administraciones autonómicas a movilizarse por la independencia y espoleó a los catalanes a tomar las calles. Por último, anunció que si la justicia española condena a los promotores del golpe, él desoirá esas sentencias. El miércoles, el mismo Torra se fue a ver al prófugo Puigdemont y repitió todas sus amenazas, dando incluso a entender que estaría dispuesto a abrir las cárceles catalanas. ¿Y cómo responde el Gobierno de Sánchez a semejante envite? Pues ayer el ministro del Interior de España se reúne de lo más feliz con Torra en una junta bilateral de Seguridad. Torra porta en su solapa el lazo amarillo de apología del golpismo antiespañol, pero Marlaska –juez, para más señas– posa sonriente a la vera de un energúmeno que acaba de proclamar que las sentencias judiciales, base de la civilización, no rigen con él. Acto seguido, Marlaska acuerda con el separatista xenófobo del lazo amarillo que los espacios públicos catalanes serán «neutrales», cuando su deber sería proscribir la propaganda golpista en las calles. Además, el ministro anuncia que premiará a la Generalitat sediciosa incorporando a los Mossos, que hace solo unos meses se comportaron como una policía política, al Centro de Inteligencia nacional contra el terrorismo y el crimen (¡bingo!: Torra, en pleno desafío, invitado a meter a su policía en la cocina de los secretos del Estado).
Y así discurre el teatro del absurdo de un país maniatado por un presidente no electo, que se niega a competir en unos comicios y se ve forzado a que le marque su ruta el partido comunista Podemos. Ayer Iglesias presumió, y no mentía, de que ya «cogobierna» España. La amenaza se torna real: descontrol del gasto, que nos llevaría a la quiebra (el peronismo argentino ya probó estas grandes fórmulas), persecución fiscal a propietarios, empresas y quienes hayan prosperado, revanchismo ideológico y hasta posibles ensoñaciones de pucherazo (¿a qué viene tanta prisa por acabar con el voto rogado?). Se llama comunismo y resulta lacerante que un país de nuestro nivel vuelva a coquetear con él. Casado y Rivera no están actuando acorde a la gravedad de la situación. Han de endurecer de inmediato su oposición.