EL PRECIO DE LA TRANSIGENCIA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Hace un año nadie tomó en serio la amenaza. El pensamiento ilusorio impuso la creencia de que no iba a pasar nada

HOY hace un año del día en que el Gobierno de Rajoy debió de haber invocado el artículo 155 para frenar a tiempo la revuelta catalana. No lo hizo hasta mes y medio después porque PSOE y Ciudadanos se negaban… y porque para tomar la iniciativa en solitario –con la mayoría del Senado– le faltó, como siempre, audacia. Las leyes de desconexión, tramitadas de madrugada saltando sobre el reglamento de la propia Cámara, suponían un golpe parlamentario que ofrecía al Estado motivo de sobra para apelar a la autoridad democrática sin esperar a la consulta ilegal y la declaración republicana. Pero, también como siempre, nadie tomó en serio la amenaza. El maldito pensamiento ilusorio, o cobarde, impuso la teoría de que el nacionalismo no llegaría al final, que no pasaría nada. Y pasó, vaya si pasó; como volverá a pasar si la respuesta a cada provocación, a cada tanteo, a cada bravata, continúa siendo la de una autoengañosa confianza. Si de la experiencia del octubre revolucionario no hemos aprendido nada.

Porque la primera lección que debería haber quedado asimilada es que España no sólo llegó tarde a apagar el incendio de Cataluña el otoño pasado, sino que lo hizo con décadas de retraso. Todo ese tiempo en que la política se ha estado lavando las manos y tapando los ojos ante un proceso de ruptura organizado con cada vez menos recato. La segunda enseñanza consiste en que el separatismo está acostumbrado a desoír y desdeñar cualquier debate moderado. Y la tercera y la más importante, que no acepta el fracaso porque vive de un mito en el que incluso las derrotas sirven para solidificar su estado de ánimo. El nuevo error de este momento radica en creer que el procés está acabado; sólo se encuentra en fase de replanteo, de reconversión, de repliegue táctico, de reagrupación de fuerzas y de ensanchamiento de sus bases de respaldo. Pero el delirio ya no tiene marcha atrás; si se les deja margen –y se les está dejando–, los golpistas encontrarán el modo y la ocasión de volver a intentarlo.

Aquel 155, aplicado a destiempo y con mano blanda, fue una oportunidad perdida o, peor aún, frustrada. La intervención se limitó a una apocada gestión burocrática. Dejó las estructuras del independentismo intactas y ni siquiera fue capaz de dar efecto a las sentencias pendientes de cumplimiento en la enseñanza. El gabinete de Torra sólo tuvo que tomar posesión de una casa en la que nadie había movido un solo mueble ni tocado una persiana; en pocos días había repuesto a muchos de los cargos destituidos y reabierto hasta las embajadas. Y ahora incluso se permite amagar con recuperar las leyes de la infamia. Solamente la justicia, y no sin esfuerzo, ha conseguido evitar por el momento que quede impune la asonada.

Hace un año, Rajoy pecó de falta de cuajo. Hoy, error sobre error, a Sánchez sólo le interesa que una distensión ficticia le permita ir tirando.