Mikel Buesa-La Razón

  • El populismo, teñido de demagogia, es lo que tiene. Que parece lo que no es y se diluye en una algarabía de confusión que no distingue lo peor de lo mejor

En política económica no hay nada peor que un gobierno que se reafirma en sus errores. Esto es lo que está pasando con la gasolina. Es como si los responsables del ramo quisieran bajar su precio prendiéndole fuego y, por ende, aumentando su consumo. Que la rebaja de veinte céntimos por litro vendido en los hidrocarburos no ha tenido ningún efecto reductor de la inflación que les afecta, es una constatación ya bien establecida. Y como no podía ser menos, debido a la naturaleza oligopolista del sector, la parte de esa rebaja que iba con cargo a las grandes petroleras –cinco céntimos– no les ha costado un duro a éstas. Así que en ello estamos, consumiendo combustible con cargo al erario público y moviendo el coche, cuando lo que debería estar pasando es todo lo contrario.

Pero hete aquí que al gobierno no le gusta que los ciudadanos se quejen y como la presión inflacionista ha llegado de fuera, ha decidido disimularla apelando al presupuesto.

Lo malo es, como digo, sostenella y no enmendalla. ¿Cómo iban a reconocer Pedro Sánchez y su ministra de Economía que su política es errónea? Para ellos, cualquier ocurrencia que publiquen en el BOE es como la sagrada escritura: intocable y además reproducible. Por eso están en tiempo de prórroga. Sin embargo, hasta los más afines les advirtieron que subsidiar la gasolina no sirve para frenar su precio; que tiene efectos redistributivos regresivos, pues beneficia más a los que cuentan con mayores ingresos; que desvirtúa la señal que están transmitiendo los precios para que se modere el consumo; y que esto último no ayuda en nada a la transición verde.

El populismo, teñido de demagogia, es lo que tiene. Que parece lo que no es y se diluye en una algarabía de confusión que no distingue lo peor de lo mejor. Ya lo decía Leonardo Sciascia, que lo malo de los conversos es que siempre aceptan lo peor y así acaban llegando a lo pésimo. En la izquierda hay mucho catecúmeno recién bautizado, pues no se puede defender una política de múltiples identidades sin hacerse neófito en todas ellas. Y así se confunden los pobres con los ricos y las subvenciones con el progreso.