FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • A menos que el PP dé la gran campanada, habrá repetición de elecciones en Andalucía, y ahí será Vox, y quizá el PSOE, quien lo pague

A decir de las encuestas, la única incógnita de las elecciones andaluzas es la naturaleza del gobierno que salga de ellas. Moreno Bonilla conseguirá una mayoría amplia pero insuficiente. ¿Se sujetará al chantaje de Vox de entrar en el Gobierno, repetirá elecciones o gobernará con su mero apoyo parlamentario? Esta es la duda metódica que viene acompañando al PP desde que la formación de ultraderecha empezó a tener la llave de la gobernabilidad allí donde los partidos de derecha ganaban las elecciones. Hasta ahora el PP ha venido escurriendo el bulto. Según el lugar y los resultados específicos se optaba por una cosa u otra. Apoyo parlamentario en Madrid, por ejemplo, o gobierno de coalición en CyL. Ahora ya se ven obligados a tomar una decisión más drástica: Vox ha dejado claro que sin ellos no hay gobierno.

Obsérvese que este chantaje se plantea justo cuando el PP había iniciado el presunto giro hacia el centro propiciado por Feijoo, hacia una política más pragmática, menos ideológica, más alejada de las guerras culturales patrocinadas por la ultraderecha. Y Moreno es quizá su representante más reconocible. Ceder ahora ante Vox en Andalucía significaría una ruptura evidente con este propósito. Siempre puede argumentarse que en CyL el líder recién llegado se encontró ya con todo el pescado vendido. Ahora el PP no tiene marcha atrás, deberá pronunciarse de manera categórica. Se ha dicho, con razón, que las elecciones andaluzas pueden ser el inicio de un nuevo ciclo político, pero este tendrá unas u otras características según cuál sea su posición ante Vox.

Lo único que parece claro es que el PSOE no va a mover un dedo para facilitarle la gobernabilidad a Moreno. La mayor esperanza para una nueva victoria de este partido en las futuras elecciones generales pasa por neutralizar el voto del cambio alarmando sobre un posible gobierno del Estado integrado por personajes como Abascal. Y le ofrece también un incentivo para mantener su renqueante coalición de gobierno hasta el final de la legislatura. Apoyo a Sánchez o el diluvio. Otra cosa es si esto, el seguir alentando el bibloquismo polarizado, es lo que más conviene al país en uno de los peores momentos de las últimas décadas. Los apoyos mediáticos de cada uno de los dos grandes partidos son incapaces de imaginarlos como actores independientes, adultos, autónomos. Votar al PSOE es votar a Bildu o a ERC —y a Podemos, claro—. Votar al PP equivale a votar a Vox. No conseguimos salir de este imaginario político de partidos cum apéndices radicales.

El amago inicial de Por Andalucía a prestar apoyo parlamentario a Moreno en el caso de verse obligado a pactar con Vox se fue desvaneciendo a medida que la campaña llegaba a su fin. Y es de lamentar, hubiera sido la primera vez que desde la izquierda se hiciera explícito el sentirse vinculado por el significado real de lo que tan pomposamente se presenta como “cordón sanitario”. Lo sorprendente, si se hubiera llevado a efecto, es que dejaría al PSOE en una situación muy delicada. El proyecto de Yolanda Díaz aparecería con una nueva luz, la de apostar más por el bienestar de las instituciones que por los meros intereses de partido. A menos que el PP sorprenda con mayoría absoluta nos encaminamos a repetición de elecciones. Y ahí será Vox (y quizá el PSOE) quien lo pague. También, desde luego, la confianza en nuestro deteriorado sistema político. Hay un límite a las maniobras de los partidos. Y éste lo trazan la envergadura de los problemas objetivos y la fatiga ante una vida política en continuo estado de exacerbación.