Son buenos los datos del empleo correspondientes al mes de septiembre que conocimos ayer? Pues depende de cuál sea la referencia de comparación. Si lo hacemos con los registrados el mes anterior, sí. Es más, el descenso del paro en 26.329 personas y el aumento de 84.013 en el número de cotizantes a la Seguridad Social proporcionan el mejor resultado obtenido en este mes de toda la serie histórica. Como no estamos sobrados de buenas noticias, nos podemos quedar con que estos datos parecen demostrar que hemos dejado de excavar en el agujero de la crisis y empezamos a asomar la cabeza por el pozo de la recuperación.
Vale, aceptado. Pero no nos hagamos trampas. Los datos son buenos porque la comparación es -aquí sí- odiosa, pues la hacemos con unos meses que han sido horribles para el empleo. Desde el pasado mes de mayo, cuando nos encaminábamos hacia el desconfinamiento apresurado, tan solo hemos recuperado 447.367 empleos, que son la mitad de los que perdimos entre marzo y abril. Y eso sin contar con las 700.000 personas que tenemos ‘embalsadas’ en los ERTE, que cuentan como afiliadas y cuyo destino final -vuelta al empleo anterior o camino del paro nuevo- no está nada claro. Total, tenemos a 3.776.485 personas en el desempleo, que son 700.000 más que las registradas en el mismo mes del año anterior y medio millón más que en el de marzo, cuando el mercado laboral empezaba a aflojar, aún antes de padecer el maldito bicho.
Otro motivo de preocupación, que nos obliga a excluir el optimismo desaforado, es que la recuperación se ha producido en sectores como la educación, las actividades administrativas y los servicios auxiliares, que cuentan con una gran presencia del sector público; mientras que la hostelería y el comercio minorista se desbarrancan, con 67.000 empleos perdidos, y la industria se recupera de manera excesivamente lenta.
Sin olvidar, claro, que hablamos de los datos de septiembre, cuando la segunda ola de la pandemia ya azotaba, pero antes de que entrasen en vigor las medidas de contención sanitaria con nuevas y, en algunos lugares, severas restricciones de la movilidad, cuyos efectos sobre el empleo volverán a ser nefastos, como ya lo fueron en la primera.
También han sido buenos, y con las mismas precisiones, los datos del País Vasco, con el añadido positivo de que, al menos por ahora, la segunda ola nos castiga con menos saña que la vez anterior, lo que permite abrigar la esperanza de unas menores restricciones. En cualquier caso, no hay respiro ni descanso, nos queda mucho trabajo por delante.