Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Todos los análisis aventuraban un dato malo para el PIB del primer trimestre, pero la realidad ha superado las peores previsiones y eso a pesar de que solo hemos tenido en él 15 días de confinamiento. Dos semanas que han arruinado la mejora obtenida en los últimos tres años y nos devuelven con brusquedad al nivel de producción de 2017. Doce trimestres perdidos en tan solo dos semanas. El descenso del 5,2% duplica el peor dato de la pasada crisis financiera que, a este paso, se va a convertir en un alegre y divertido paseo por el campo en una primavera florida. Siendo así, ¿Qué podemos esperar del segundo trimestre? Mejor ni pensarlo, ya llegará el dato.

El consumo privado se derrumbó un 7,5%, cuando nunca había registrado un descenso del 2%, mientras que la inversión sufrió una caída del 5,8%, con la vivienda en el 12,3%, un guarismo nunca alcanzado ni siquiera en medio de la pasada tormenta inmobiliaria. Lo único que ha aumentado, como era de esperar, es el consumo del sector público, con un pequeño 0,8%. Espero que no se haya cansado de crecer, pues tiene una ardua tarea en los próximos meses, cuando tendrá que esforzarse mucho más. Al igual que sucede con los datos sanitarios, la comparativa exterior nos sale mal. Todas las economías circundantes se dan un sonoro sopapo, pero la media de la Unión Europea se queda en un 3,8% de caída. ¿Podemos apelar al consuelo de los tontos, tras el desastre de los muchos? No creo. Dos semanas terribles que han bastado para invertir los términos de la obra de Don Miguel de Unamuno: Son unos datos propios de una Guerra, solo que obtenidos en tiempos de Paz.

El BCE publicó unas previsiones horribles -entre el 5 y el 12% de caída del PIB para la Eurozona-, que asustaron a la Bolsa y le forzó una caída del 1,89% añadida a un cuatrimestre que nos costará mucho olvidar. En consecuencia, el organismo monetario amplió la barra libre de la liquidez para los bancos y anunció nuevas compras masivas de deuda de los Estados miembros del euro, que podrían ir más allá del 2020. Menos mal. Con la mutualización arrinconada en el cajón de los deseos imposibles, con la deuda italiana al borde de la calificación de «basura» y con tensiones crecientes en las primas de riesgo, lo cierto es que o la señora Lagarde compra sin discutir las emisiones que vamos a necesitar para acudir a las ingentes necesidades sociales y económicas que nos abruman… o vamos a oler muy de cerca el apestoso aliento del fantasma de la intervención.