Eduardo Uriarte-Editores

“Os debo una explicación, y esta explicación que os debo, os la voy a pagar”

La murga televisiva de Sánchez, con sus pesados discursos, su exagerada repetición de argumentos hasta convertirlos en consignas, permite la elucubración de que todo no sea más que un ejercicio de embaucamiento, y, como en la película de Berlanga, lo acaben pagando los sufridos vecinos. Incluso el discurso de Manolo Morán desde el balcón consistorial con respecto a los americanos tiene similitudes con la actitud de nuestro presidente hacia los socios comunitarios. El genio de Berlanga.

La intencionada forma retórica de llamar guerra a la gestión de la pandemia eleva su tratamiento a la épica bélica. El papel de los sanitarios, de los defensores del Estado, y los particulares en servicios esenciales, es glorificado y se califica de héroes a sus protagonistas. Pero, también, como en todas las guerras que hemos sufrido, se le exige al combatiente disciplina acrítica y lucha incluso sin medios. Y toda guerra, por demás, a causa de la supeditación al mando y la dedicación denodada de los héroes suele encubrir las irresponsabilidades de los responsables.

Todos los errores posibles -minimizar la peligrosidad y capacidad de contagio de la enfermedad, su tardía detección, la falta de previsión, la inexistencia de medios, el incalificable retraso en la aplicación de los test, lo que provoca que el desconfinamiento se tenga que producir sin un conocimiento de la epidemia, sólo por puro tanteo, etc.- se ocultan bajo la heroica tarea emprendida principalmente por los sufridos sanitarios y otros servicios. Como en toda guerra, la primera víctima es la verdad, no sólo por las trabas puestas a la comunicación, sino por el estado anímico creado en una sociedad traumatizada Ni duelos ni imágenes de muertos, ni homenajes a los desmoralizados soldados, como se acabó haciendo por el mando en la guerra de Vietnam.

Son ya casi 25.ooo muertos (y muertas), por lo menos. Ni en el desastre de Annual hubo tantos caídos. Pero en este caso la propaganda y la mentira ha permitido, ante una sociedad confinada, que no se produzca la protesta que entonces levantó. La falta de previsión, la ocultación del dato de que la epidemia nos había invadido para el ocho de marzo, la inexistencia de medios para hacerle frente, nos ha mostrado el enorme fracaso del Gobierno, no de la sanidad española. Al Gobierno, tras su pasividad y la acrática organización del Estado de las autonomías, sólo le quedó el recurso de las fuerzas de seguridad y el Ejército para obligar a la ciudadanía al confinamiento. La  gente moría y la economía posteriormente se derrumbó, pero el ocho de marzo hubo manifestación.

Para colmo, la “plurinación” concebida por el sanchismo, la España rota formulada por Iglesias, la España de las autonomías confederadas, se ha demostrado ineficaz en hacer frente a la epidemia que el Gobierno no supo prevenir. Como en el Dos de Mayo las cosas se empezaron a hacer como entonces, porque nadie de arriba hacia nada, a iniciativa de las instituciones periféricas -que han demostrado más habilidad que el Gobierno- de forma voluntariosa y caótica. El sálvese quien pueda como pueda, cuyo símbolo más lastimoso puede identificarse en el uso de bolsas de basura como trajes de defensa de los sanitarios, para acabar siendo el país que más sanitarios ha sacrificado: “20% de contagiados en España, 10% en Italia. El Gobierno se vio obligado ante las tareas iniciadas por algunas autonomías sin competencia legal para ello, a tomar la dirección. Pero, como escribe Ignacio Camacho, “la concentración de decisiones [por el Gobierno] sólo ha servido para nacionalizar el caos”.

En ese caos al Gobierno sólo le quedaba como instrumento propio las fuerzas de seguridad y el Ejército (amén de los medios de comunicación bajo su control), que incluso llegaron a actuar en Euskadi y Cataluña no sin problemas, formalizándose en la práctica la concepción reaccionaria del Estado que tiene nuestra izquierda. Veámoslo.

Con un Parlamento paralizado ante el estado de alarma, siendo el Ejército la única institución nacional – devolviéndonos al siglo XIX, pues, como lo explicara Marx en la Nueva Gaceta Renana, éste constituía, ante la inexistencia de auténtico parlamentarismo, la única institución presente en todos los territorios). Jugando Sánchez a ser el presidente, Pedro I, de una monarquía absoluta que convoca semanalmente a las autonomías en su pantalla de ordenador, cual el Borbón en Versalles (que es donde los Estados Generales empezaron a cortarle cabeza), descubrimos el talante de nuestra izquierda. Poder absoluto y Ejército, trono ante el ordenador, un sueño reaccionario.

Si se doblega la pandemia, no ha sido precisamente por la habilidad y eficacia del Gobierno, como en Alemania, Grecia o Portugal, sino por el enorme sacrificio de los sanitarios y la mansedumbre de una sociedad que sólo vio en el confinamiento (con la pérdida de su libertad y la economía) la esperanza de supervivencia. Pero queda la segunda parte de la gestión gubernamental, la mala gestión del proceso que acaba con el “pico” de la pandemia no garantiza que el desconfinamiento, sin un mínimo plan, solo por tanteo, vaya a tener buen recorrido, pues es una epidemia de la que se desconoce su dimensión por falta de test.

Existen muchas posibilidades en el desconfinamiento de sumar aún más errores, y ante tan enorme fracaso (no lo comparemos ni con Annual), necesariamente surgirá la desgarradora pregunta impulsada por los mismos que lo han propiciado apoyando en su día la investidura de Sánchez: ¿para qué queremos esta nación? La respuesta, inmediata, estaba tiempo atrás esculpida por el secesionismo e Iglesias: para la ruptura y la secesión. Tal es la consecuencia política del desastre gubernamental, el futuro que estallará de no mediar otra política y otro Gobierno: el separatismo.

Esta generación de políticos españoles está tremendamente condicionada e incluso domesticada por la realidad virtual. Es decir, por la falsa realidad. Enajenada por los datos de las pantallas, sin distinguir la ficción de la realidad, creyendo en su propia propaganda prefabricada. Imaginando realidades sobre las falsas cifras y datos, las compras por ordenador que no llegan o son defectuosas, creyéndose la independencia virtual de Cataluña, o las Cortes virtuales de la “plurinación” española engendrada en el ordenador de Sánchez. etc. Lo que no son virtuales son los muertos.

No habrá explicación. Esconderemos las galas de la España de los cuarenta años felices de democracia hoy degenerada por la propaganda y lo virtual, para enfrentarnos con crudeza y rabia al escenario del después de otra tragedia que no se supo ni se quiso prever.