- Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados del mundo libre han de ajustar sus estrategias en los ámbitos de la seguridad, del comercio y de la diplomacia a un contexto que está siendo profundamente alterado
Como un reflejo del estado de ánimo de los participantes en la reciente reunión del Foro de Davos, de nuevo presencial tras dos años de interrupción pandémica, muchos de ellos han lamentado la ausencia de la albura deslumbrante de la nieve y del intenso azul del cielo invernal propios del mes de enero en las montañas suizas para ser sustituidos por la fina lluvia neblinosa de final de abril. Esta circunstancia meteorológica ha sido sin duda muy acorde con el cambio drástico del espíritu reinante tradicionalmente en este encuentro ya mítico de las elites económicas, académicas, políticas y de los medios de comunicación mundiales. Hasta ahora, más allá de crisis coyunturales y perturbaciones ocasionales, la nota dominante de esta exclusiva y excluyente ágora -tan significativo es quién acude como quién no- había sido siempre el optimismo indeclinable y la fe inconmovible en los beneficios de la globalización. El impulso al libre comercio mundial, la eliminación de barreras al movimiento de personas, empresas, mercancías y capitales y el avance permanente hacia lo que Thomas L. Friedman bautizó en 2005 como “un mundo plano”, ha inspirado las orientaciones y los análisis elaborados por el Foro Económico Mundial en sus sucesivos cónclaves en la pequeña y famosa localidad helvética. Esta visión se ha mantenido invariable desde la puesta en marcha del Foro en 1971 por el profesor suizo Karl Schwab y lógicamente la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética insuflaron nuevo aliento a las tesis globalistas. En el período 2000-2008, hasta que la crisis financiera enfrió tanto entusiasmo, la euforia se desató en todos aquellos que confiaban en que un orbe interconectado, libre de guerras de amplio alcance y adherido mayoritariamente a la doctrina económica liberal, crecería ininterrumpidamente proporcionando una riqueza sin precedentes a los países industriales avanzados, incrementando significativamente el crecimiento de los emergentes y sacando de la pobreza a los menos desarrollados.
Están irrumpiendo ideas largo tiempo olvidadas como autosuficiencia energética, prioridad de las estructuras de defensa, aseguramiento de la producción industrial nacional
Esta concepción se ha visto brusca y dolorosamente interrumpida por la invasión rusa de Ucrania que, a diferencia de otros conflictos bélicos contemporáneos de alcance más limitado, como la implosión de la antigua Yugoslavia o las dos guerras de Iraq, ha sacudido hasta la raíz el orden geopolítico vigente y ha introducido un nuevo paradigma en las relaciones internacionales y en los flujos comerciales globales. De manera atropellada y mortificante están irrumpiendo ideas largo tiempo olvidadas como autosuficiencia energética, prioridad de las estructuras de defensa, aseguramiento de la producción industrial nacional y concentración del comercio en el círculo de países fiables y amigos. Cuando un botarate como el que preside actualmente -y esperemos que por poco tiempo- el Gobierno de España, que en fechas tan próximas como octubre de 2014 afirmaba que “sobraba” el ministerio de Defensa, aplaude a rabiar en el Congreso la intervención telemática de Volodímir Zelenski, envía armas a Ucrania, se prepara alborozado a ser el anfitrión en Madrid de una cumbre de la OTAN y anuncia que va a duplicar el presupuesto del departamento que quería suprimir, es que está ocurriendo un movimiento sísmico en el espacio político occidental.
Tras la recesión general iniciada en 2008 por el hundimiento de los mercados financieros, el covid dio otro duro golpe al globalismo y la agresión brutal e ilegal de Putin a su vecino sudoriental casi lo ha noqueado. En esta difícil e imprevista situación, Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados del mundo libre, han de ajustar sus estrategias en los ámbitos de la seguridad, del comercio y de la diplomacia a un contexto que está siendo profundamente alterado y que no volverá a ser el mismo durante largo tiempo. En lo que se refiere a los Veintisiete y a las instituciones comunitarias, esta ha de ser una ocasión que no pueden desaprovechar para reforzar y perfeccionar el Mercado Único y para poner en común un mecanismo de defensa que optimice efectivos y materiales hoy dispersos para así disponer de una fuerza de intervención y de disuasión potente que evite tentaciones belicistas tanto en nuestras fronteras del Este como del Sur. En el terreno de la política energética, el despertar traumático de voluntaristas sueños ecologistas ha de dar paso a planes más realistas en los que la energía nuclear y el gas -sin anatemas sobre el fracking– aseguren una transición suave hacia la completa descarbonización. Obviamente, el estrechamiento de los lazos de todo orden con el amigo americano es otra consecuencia del cataclismo en el que estamos inmersos.
Focos de infección
Estados Unidos, por su parte, ha de volver su mirada hacia Europa sin descuidar el frente indo-pacífico a la vez que debe procurar aislar a Rusia realizando una aproximación inteligente a China porque una reproducción de la Guerra Fría cambiando de enemigo principal sería nefasta para la paz y la gobernanza mundiales. En cuanto a los aliados de Rusia, Venezuela, Irán y Cuba son los focos de infección más destacados a nivel global y hay que propiciar en todos ellos un cambio de régimen que los transforme en democracias amistosas multiplicando la presión económica, política y diplomática sobre sus corruptos y totalitarios dirigentes y apoyando al máximo a las correspondientes oposiciones internas o en el exilio.
Si estamos asistiendo al fin de la ilusión del fin de la Historia, aprendamos de los errores del pasado y tengamos muy presente que los cisnes negros levantan su siniestro vuelo sin anunciarse por lo que la sabiduría de la prevención nos salvará de las fatigas de la acción, casi siempre tardía, precipitada y enormemente más costosa.