JAVIER CARABALLO-EL CONFIDENCIAL
- José Luis Ábalos comenzó a estrellarse en cuanto le reconocieron su valía. El propio Sánchez le habrá dado muchas vueltas a esa inesperada involución hasta ser un ‘ministro metepatas’
Todo ha sido tan acelerado en su caída que este año bisiesto de 2020 se cierra para Ábalos envuelto en polémicas que él mismo genera por su torpe forma de conducirlas, lo que supone un lastre innecesario para un gobernante en un ejercicio en el que, tras la pandemia descomunal que ha sacudido el mundo, lo que más debe irritar es que haya alguien que le sume problemas, en vez de resolverlos. José Luis Ábalos, al entrar en el Gobierno, tendría que haber jugado para los socialistas un papel similar al que, en su día, representaba Alfonso Guerra con Felipe González —y ya disculparán los socialistas la comparación—, en el sentido de que todo Gabinete necesita ministros con peso político, más allá de la gestión, que asienten la imagen del partido. Ahora, con la mínima perspectiva que nos ofrecen los 12 meses transcurridos, ya se puede contemplar cómo José Luis Ábalos, de torpeza en torpeza, ha desdibujado su papel y sus expectativas hasta quedar reducido a una voz secundaria, porque el peso político de los socialistas se ha repartido entre Nadia Calviño y Margarita Robles, por una parte, y María Jesús Montero, por otra. Hasta la fútil Adriana Lastra parece que le ha comido la merienda.
Ábalos, aunque ya se haya olvidado, se hizo fuerte en los momentos más difíciles del presidente, que son todos los años precedentes desde la irrupción de Pedro Sánchez en la vida pública en 2014 para intentar sustituir a Alfredo Pérez Rubalcaba. Tan irrelevante era la figura política de Pedro Sánchez que Susana Díaz lo quiso utilizar de ‘hombre de paja’ para que le guardase el sillón hasta que, sin primarias de por medio, el partido la eligiera a ella por aclamación como secretaria general. Derrotó a Eduardo Madina, sustituyó a Rubalcaba en el liderazgo del PSOE y, dos años después, en 2016, cuando se confabularon todas las fuerzas telúricas para echarlo, José Luis Ábalos surgió como el más leal de sus fieles.
Frente a las traiciones inesperadas de aquellos en los que más había confiado Pedro Sánchez (¿quién se acuerda ya de Antonio Hernando o César Luena?), surgió robusta la figura de Ábalos para hacerse con las riendas del partido y con la portavocía, en dos discursos fundamentales, dos mociones de censura, la que planteó inútilmente Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy (junio de 2017) y la que presentó un año después el PSOE y convirtió a Pedro Sánchez en el presidente del Gobierno que sigue siendo. A José Luis Ábalos, la persona que había sabido mantenerse fiel en la tormenta, la llegada al poder le esperaba con un sillón destacado, el Ministerio de Fomento, que es históricamente el departamento que se ha reservado a pesos pesados de los aparatos de los partidos políticos con la indisimulada intención de unificar el clientelismo del partido con las inversiones públicas del Estado.
¿Qué podía salir mal si Ábalos había demostrado solvencia en el discurso, fidelidad en las relaciones políticas y ahora se le añadía el poder del dinero público para repartir proyectos por toda España? Pues ha fallado Ábalos, haber presumido que, por lo vivido, iba a desenvolverse con solvencia política en el escalón mayor del Gobierno. Para los anales del ridículo y la mentira sucesiva quedará siempre lo ocurrido con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y no conviene olvidarlo ahora que el Tribunal Supremo ha archivado el caso.
Ante la tentación, que surgirá, de querer justificarlo todo con ese archivo judicial, repasemos un breve resumen cronológico con las distintas versiones de Ábalos y la verdad final del Supremo. El 23 de enero, negó “de manera rotunda” que se hubiera entrevistado con la vicepresidenta de Venezuela; el 24 de enero dijo, por la mañana, que se reunió con el “ministro de Turismo” y, por la tarde, que tuvo un “encuentro fortuito” con la vicepresidenta, “un saludo forzado por las circunstancias”; el 25 de enero desveló que subió al avión por encargo del ministro Marlaska, que le dijo: “Ya que vas, procura que [Delcy] no se baje del avión”; el día 26, el encuentro ‘fortuito’ ya iba por “20 o 25 minutos”, pero dentro del avión; el viernes 31 de enero, finalmente, aceptó la última mentira, tampoco fue dentro del avión sino en la sala vip del Aeropuerto de Barajas. No existe precedente de nada igual, ni político que lo haya resistido. Y ahora que el Tribunal Supremo ha archivado el caso, subrayemos que, en modo alguno, le ha dado la razón al ministro Ábalos, sino que, por el contrario, destapa definitivamente la mentira oficial, certifica que se vulneraron las prohibiciones de la Unión Europea y se limita a considerar que la responsabilidad de lo ocurrido debe resolverse en el ámbito político, no en el orden penal.
Quizás algún día sepamos lo más importante del esperpento protagonizado por Ábalos
Quizás algún día sepamos lo más importante de ese esperpento protagonizado por José Luis Ábalos, lo que alguna vez se ha denominado aquí como la X del caso Delcy: ¿quién había invitado a la vicepresidenta venezolana para que visitara España, se dejara ver por la Feria Internacional de Turismo (Fitur) y desafiara públicamente las prohibiciones de la Unión Europea? ¿Quién le metió ese gol a Pedro Sánchez? ¿Fue Pablo Iglesias o acaso Rodríguez Zapatero? La cuestión es que ese enorme embrollo se le encargó a Ábalos para que lo resolviera, y lo que devolvió fue un enredo mayúsculo, entre ridículo y bochornoso.
No le ha costado el cargo, pero tampoco parece que se pueda reponer, entre otras cosas, porque ya será imposible verlo con los ojos del político que fue, mano derecha de Pedro Sánchez y voz autorizada del PSOE. Así que cuando, como ahora, le da por decir que no hay que mezclar las “acciones personales” de Arnaldo Otegi con Bildu, pues solo se debe oír un murmullo a su alrededor. Otra más.