EL CORREO 14/05/14
TONIA ETXARRI
Es la única fórmula que funciona en las campañas televisivas. Los de debates ‘cara a cara’. Y entre dos; lo demás es multitud, que despiste más que para que cada candidato ocupe su cuotra de pantalla sin oportunidad de contrastar propuesta. Que es de lo que se trata. Una fórmula que en Euskadi no ha sido posible porque los sucesivos lehendakaris han preferido confundirse en el paisaje de los multigrupos en los que, por razones de tiempo, sus portavoces se limitan a intercambiar titulares.
El debate entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano, aplazado tras la conmoción política por el asesinato de la presidenta del PP en León, se celebrará mañana. Justo el mismo día que el candidato popular Jean-Claude Juncker y el socialista Marin Schulz lo harán en Bruselas. Los representantes de partidos pequeños, tan apuntados ahora a la moda de criticar el bipartidismo en bloque, suelen protestar porque se ven desigualmente tratados. Y no les falta razón. Pero existen infinidad de fórmulas para provocar debates entre dos. Podrían aplicar el «cambio de pareja» en combinaciones múltiples. Solo falta voluntad política entre los interesados. Porque si algo «engancha» en campaña, es un debate «cara a cara». No lo vamos a comparar con el entusiasmo que despierta un partido de fútbol de la Liga de Campeones, pero, al menos, genera atención. Como nos enseñaron en Estados Unidos y en Francia. Que dos candidatos se tomen la medida nos permite observar su soltura y preparación. Sus vacilaciones (Nixon, aquel lejano 26 de setiembre de 1960, con Kennedy). Su pérdida de control (Ségolène Royal con Nicolás Sarkozy en 2007). Es una oportunidad para ver a los candidatos sin los gritos de los mítines , sin el fotoshop de las entrevistas y con la presión del contraste en directo.
Los debates televisivos que se celebran en nuestro país no tienen , desde luego, la soltura de los americanos . En el histórico de Nixon y Kennedy se incluyó preguntas de un panel de periodistas !qué envidia! y declaraciones finales de los dos protagonistas. Desde aquel primer «ring» entre Felipe González y José María Aznar en 1993, el formato de los debates se ha ido encorsetando. Por culpa de los miedos de los partidos a que sus candidatos metan la pata. Aún así, los debates «cara a cara» son el hito mediático más destacado de una campaña. El de Rosa Diez, entonces del PSOE, con Loyola de Palacio, en 1999, fue tenso y duro. Del debate entre Solbes y Pizarro, en 2008, se sigue hablando porque el representante del PP anunció, entonces, una crisis económica profunda y el ex ministro le tachó de demagogo y catastrofista. El propio exministro, sin embargo, ha reconocido seis años después, que Pizarro tenía razón.
Los efectos de los debates electorales no suelen ser concluyentes sobre el resultado electoral. La historia nos recuerda algunos casos de candidatos que perdieron el debate y ganaron las elecciones. Y al revés. Pero en este país tan viciado por la disyuntiva « o progresistas o conservadores» tan condicionado por la división maniquea entre buenos y malos («o Izaskun o Iturgaiz») vienen bien estos contrastes. Si son más libres y menos reglados, mucho mejor.