De enfrentarse a ETA, a vigilar un supermercado

En 2008, el ‘comando Vizcaya’ quiso secuestrar al concejal socialista de Eibar Benjamín Atutxa, retenerlo durante 24 horas y luego matarlo. Su intención era repetir el crimen de Miguel Ángel Blanco, que, en 1997, había causado una enorme conmoción social. ETA no se atrevió por lo único que diferenciaba a los dos ediles: al contrario que Blanco, el representante socialista llevaba protección personal.

En 2008, el ‘comando Vizcaya’ quiso secuestrar al concejal socialista de Eibar Benjamín Atutxa, retenerlo durante 24 horas y luego matarlo. Su intención era repetir el crimen de Miguel Ángel Blanco, que, en 1997, había causado una enorme conmoción social. ETA no se atrevió por lo único que diferenciaba a los dos ediles: al contrario que Blanco, el representante socialista llevaba protección personal.

En la década que separa uno y otro caso, más de 4.000 escoltas privados han pasado por Euskadi y Navarra y se han encargado de la seguridad de los cargos públicos de PSE, PP y UPN. Ahora ven cómo su futuro se encamina hacia la cola del Inem. Los ejecutivos central y vasco han puesto en marcha un plan para reducir los servicios de escolta en Euskadi, con el que alrededor de 300 vigilantes quedarán sin empleo. La perspectiva es que la cifra aumente de forma paulatina en el actual escenario de tregua de ETA, descenso de concejales socialistas y populares como resultado de las elecciones y un horizonte en el que los dirigentes políticos ven más cerca el final de la violencia que una vuelta a las armas de la banda.

«Creemos que no se está haciendo justicia con nuestra carrera. Desde hace años se está desmantelando nuestro trabajo y nos vamos a quedar en nada», asegura Pablo, un vigilante privado que desde hace más de quince años trabaja en el País Vasco. «Nos alegramos de que se acabe el terrorismo, si es que se acaba, pero nosotros nos merecíamos otro final», añade Pedro, un compañero que durante años protegió a cargos del PP en el Gohierri.

El colectivo se siente agraviado por la manera en cómo se ha decidido la reducción de los sistemas de protección. «Los escoltas privados hemos tenido que dar la cara en condiciones en las que ni la Policía, ni la Ertzaintza ni la Guardia Civil querían trabajar. Hacíamos trabajos en solitario, con medios rudimentarios, sin inhibidores de frecuencia, cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado siempre iban, por lo menos, de dos en dos, con muchos más medios», advierte.

Aseguran, en este sentido, que, en algunos aspectos, ellos están mejor preparados que muchos policías. «Tenemos que pasar un examen de tiro cada tres meses, mientras que hay ertzainas que no han disparado en diez años», se queja Juan. Recuerda, en este sentido, que todos los cursos que han realizado los vigilantes privados «se los han pagado de su propio bolsillo».

En abril de 2002, en San Sebastián, el escolta Joseba Andoni Urdaniz falleció en un tiroteo con guardias civiles -encapuchados y con pistolas en la mano- que acudían a detener a una red de atracadores que se escondía en un piso. El guardaespaldas, al servicio de la edil socialista de Lezo Ainhoa Villanua, creyó que un comando intentaba atacar a su protegida y, tras ponerla a buen recaudo en un bar, se enfrentó a quienes creyó que eran terroristas. «Eso es una prueba de cómo trabajábamos. Joseba hizo lo que había que hacer. Defender a la concejala a toda costa».

En aquellos años, advierte Juan, la relación con las fuerzas de seguridad era mejor que ahora. «Llamabas a una comisaría y sabías que te iban a atender a las mil maravillas. Hoy te vuelven loco a la hora de identificarte y todo son pegas. Muchos escoltas han ayudado a detener comandos con la información que pasaban sobre sospechosos», insiste.

Disparo en la cara

En diciembre de 1997, en San Sebastián, José María Lobato, que se encargaba de la protección de Elena Azpiroz, recibió un disparo de escopeta en la cara cuando acudía a comprobar los movimientos de dos extraños. Resultaron ser miembros del ‘Donosti’ que planeaban el asesinato de la dirigente conservadora. Lobato salvó la vida de milagro. Fue el primer guardaespaldas herido en la ofensiva de ETA contra concejales no nacionalistas. A partir de entonces, la escolta se generalizó en el País Vasco.

«No había suficientes efectivos. Por un lado, se aumentó nuestro salario, pero también significó la llegada de un montón de gente sin experiencia que venía atraída por unos sueldos altos», explica Pablo. «En la profesión entraron amas de casa, hijos de militares, estudiantes en paro…», reconoce Javier L., un guardaespaldas profesional. «Yo he visto a escoltas que eran obesos mórbidos. A veces pensaba: ¡pero si el protegido le va a tener que defender si pasa algo!», añade.

En agosto de 2008, un vigilante y un escolta estuvieron a punto de provocar una masacre cuando se liaron a tiros en la bilbaína estación de tren a Abando a las dos menos cuarto de la tarde. Una discusión menor terminó en un intercambio de disparos. El vigilante recibió dos impactos de bala y un viandante también resultó herido.

Los escoltas rechazan que se juzgue su profesión por incidentes como este último y aseguran que su labor ha ido más allá que la de evitar atentados. «En muchos pueblos del Gohierri teníamos que proteger a concejales de zarandeos, de insultos. Hacíamos de escudo ante radicales que les querían escupir. Muchos días, al llegar a casa había que lavar toda la ropa», detalla un miembro de la seguridad privada. En su opinión, «en aquellos años se hizo política en muchos pequeños pueblos gracias a nosotros. Sin nuestra labor, no habría sido posible que los ediles del PP y del PSE se hubieran sentado en los plenos. No les habrían dejado llegar ni a la puerta de los ayuntamientos», afirma Pablo. Por aquella época, los vigilantes servían de «paño de lágrimas de algunos concejales», que vivían en un estado de tensión enorme «que incluso afectaba a su vida familiar».

Al echar la vista atrás, a este colectivo le duele que el esfuerzo de todos esos años vaya a esfumarse, si los planes de los gobiernos central y vasco siguen acentuándose. «Todos queremos que se acabe el terrorismo, pero es muy duro ver cómo se deshacen de nosotros sin tener en cuenta lo que hemos dado por este país», se queja Juan.

No es la primera ‘reconversión’ que experimenta este colectivo. Cuando las empresas comenzaron a bajar los sueldos hace unos años, muchos escoltas que no eran del País Vasco optaron por regresar a sus lugares de procedencia. Otros cambiaron de sector. A raíz del secuestro del atunero Alakrana y de la consiguiente decisión del Gobierno de permitir que personal armado protegiera los pesqueros que navegaban por zonas peligrosas, en muchos de los barcos que ahora faenan frente a Somalia trabajan quienes años atrás fueran guardaespaldas en Euskadi. Otros se dedican a la protección de mujeres amenazadas. «En ese sector no hay salida para todos. Muchos terminaremos como ‘seguratas’ de supermercado. En eso nos hemos convertido».

EL CORREO, 19/6/2011