IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Lo grave es que ya resulta difícil distinguir los bulos de una realidad disparatada

Vivimos en España una época apasionante en la que la palabra noticia se ha convertido en sinónimo de despropósito. Y digo apasionante solo desde una perspectiva antropológica. Porque lo grave no es que proliferen las ‘fakes’ y los bulos, contra los que se ha propuesto luchar el Gobierno, sino lo difícil que ya resulta distinguir estos de una realidad disparatada que compite frenéticamente con ellos. Si la racionalidad rigiera la vida pública, uno pensaría que es un chiste que la ministra y vicepresidenta cuarta Teresa Ribera celebre en un tuit la prohibición de la caza en los Parques Nacionales, que supondrá el fin de una importante fuente de riqueza en la España arruinada que espera el maná económico de Europa. Como pensaría también que es una inocentada a destiempo que el Ejecutivo más multitudinario de nuestra Historia proponga una subida de sueldo para diputados y senadores en 2021, o la brillante iniciativa de Grande-Marlaska de trasladar en secreto a inmigrantes a la península y dispersarlos por varias ciudades españolas sin someterlos a ninguna prueba del Covid para que, así, aumenten las cifras nacionales de contagios.

Si la lógica dictara la política gubernamental, uno no daría crédito a las ocurrencias de Pablo Iglesias que luego desmiente Pedro Sánchez; a esas colisiones que se están escenificando estos días entre ambos cuando el primero arremete contra la Corona o pide un referéndum de autodeterminación para el Sáhara Occidental y el segundo le desautoriza en ambas ocasiones. La incapacidad cada vez más extendida de diferenciar una noticia veraz de una invención tóxica es paralela y directamente proporcional a la imposibilidad de saber si esos encontronazos responden a la consabida estrategia de provocación de Iván Redondo o a la improvisación, a la estupidez pura y simple. El problema que hay en relación con las ‘fakes’ contra el Gobierno es que el Gobierno es una ‘fake’ en sí mismo.

Cuando uno militaba hace quince y veinte años en el Movimiento Cívico contra ETA y sus cómplices políticos, uno se preguntaba en su fuero interno todos los días si no estaría equivocándose en algo, si tendrían algo de razón los que le llamaban radical. Uno mira hacia atrás ahora y se da cuenta de que no erraba en absoluto. No podía haber causa más justa que aquella, pero contra la que hubiera una presión más grande. Y aún así uno admite sin problema que hubo momentos en los que dudó. La pregunta que uno se hace todos los días, cuando ve a dónde nos lleva este ‘Gobierno-fake’ de la extravagancia diaria, viene de aquella experiencia: ¿Esta gente no tiene ninguna duda? ¿No piensan ellos y quienes les apoyan que se pueden estar equivocando?