ABC 30/01/16
SERAFÍN FANJUL, MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
· Aquí no tenemos una avenida Madison (meca de la publicidad), pero sí nos cercan las televisiones, y unas por malicia y otras por industria han inventado y puesto en primera línea de mercado un producto político sin más entidad que la promesa de revancha para quienes, en principio, no han sufrido agravio ni menoscabo alguno en sus personas
DESDE que Goebbels probara el poder aplastante de la propaganda sabemos que cualquier mito, exageración, mentira puede inocularse, arraigar y señorear por entero los magines de «la gente», persuadida, por añadidura, de estar juzgando, analizando y decidiendo por sí misma. De modo más amable y menos vociferante, Delbert Mann (1961), con el inestimable concurso de Doris Day y Rock Hudson, en la película «Lover come back» (cuyo título en español resulta más expresivo: Pijamaparados) demostraba en qué forma se puede, mediante la sola publicidad, hacer desear un producto inexistente y ni siquiera imaginado: mientras el país todo sueña con VIPS (el nombre publicitado), Rock Hudson anda urdiendo trapisondas y gatuperios para salir del atolladero en que se ha metido.
Aquí no tenemos una avenida Madison (meca de la publicidad), pero sí nos cercan las televisiones, y unas por malicia y otras por industria –eso que denominan en horripilante anglicismo «ganar audiencia»– han inventado y puesto en primera línea de mercado un producto político sin más entidad que la promesa de revancha para quienes, en principio, no han sufrido agravio ni menoscabo serio en sus personas. Y lo mismo que las amas de casa de Nueva York sueñan en la cinta que VIPS sanará sus neurastenias y soledades, entre nosotros proliferan los que esperan el maná sin trabajar y bonitas venganzas por sucesos de hace ochenta años: «Arderéis como en el 36», todo un programa. Porque la izquierda es experta en gestos que, aun grandilocuentes, sirven para cohesionar y fortificar el rencor de su tropa, natural o sobrevenida por mimetismo, dotándola de una identidad común, de la que, de partida, carece, pues ya me dirá usted qué clase de roja peligrosa es una señora –no invento el ejemplo– de alto nivel cultural, bien alimentada y cuidada y que jamás trabajó (para eso está el marido), pero que descubre la revolución, al fin –y mientras no le toquen el chalé de la costa– en el seductor y novedoso mensaje de Podemos, compuesto de apolillados refritos leninistas y arbitrariedades de Tirano Banderas. Y me pregunto cuántos podemitas han leído a Lenin, incluidos los cabecillas.
Y entretanto colaboran entusiasmados con los separatistas en Cataluña y Vascongadas, multiplican los gestos sustitutivos de la política y la economía que no podrán esbozar ni desarrollar: el escarmiento de Grecia es demasiado cercano y contundente. Por eso hay que centrarse en la cabalgata de Reyes; en exhibir pinta de costrosos pronunciando fórmulas inadmisibles para ocupar el escaño (¿por qué se les consiente?); o en otras mamarrachadas parejas, tal el asalto al callejero de Madrid, cambiando nombres de calles que siempre se llamaron así, porque antes de la guerra no existían. Y feo gesto –y oportunista– el de Ciudadanos al sumarse a la maniobra «porque no había más remedio», como explicó la Sra. Villacís, en una excusa de las que desaniman a cualquier votante con sesera. Pero aún fue peor la rendición incondicional del representante del PP, supuesto denunciante del desmán, quien admitió que su partido no recuperaría las denominaciones proscritas –ellos no están para crear problemas, se disculpó entre pudoroso y pragmatismo cínico–, con lo cual corroboró por enésima vez que los abusos legales y políticos instaurados por la izquierda son santificados por la derecha, al no tocarlos. Y ahí quedan, tras cuatro años de mayoría absoluta, las leyes de Memoria Histórica y del Aborto. Por ejemplo.
Pero también quedan la calle de Carrillo (aprobada en su momento por fuga del PP) y los monumentos a Largo Caballero o a las Brigadas Internacionales, como permanece la declaración del mismo responsable de Paracuellos como «hijo predilecto de Gijón». Claro que aquello fue un cambio de cromos: en el mismo paquete iba Rodrigo Rato. Menudo bingo. La derecha política que, al menos en teoría, debería ser maestra en publicidad se desentiende del impacto de los gestos entre su parroquia, o de su ausencia. Quizá por falta de héroes en sus primeras filas actualmente, aunque sí los hubiera en otros momentos. Y entendiendo por «héroes» los aludidos en la 5ª acepción de la RAE («Cualquiera de los personajes de carácter elevado en la epopeya»). Nada importaron la suelta masiva de asesinos vascos y no vascos, los abucheos al Himno y al Jefe del Estado (dos veces en estos cuatro años), la parálisis total ante acontecimientos gravísimos que eran más que un síntoma, la cariñosa despedida del PP a Alfredo Pérez en el Congreso. Hay muchos más y «la gente» apunta, suma y sigue, cansada de que su voto se considere propiedad del partido al que favorece.
Hace dos años y medio (11 de junio de 2013) reflejaba en esta misma página –creo que de forma moderada– mis inquietudes por los incumplimientos y pacatería del Gobierno, imposibles de ocultar, máxime por responder a un estado de ánimo ya perceptible entre los votantes de la derecha política. He aquí un resumen: «¿Por qué se está incumpliendo todo el programa electoral del PP?¿Por qué cunden el desánimo, la irritación, el escepticismo entre sus votantes? […] Los aparatchicos (y aparatchicas) del partido, sólo atentos a poner en cobro el cargo, deben saber que gran parte de sus votantes están muy hartos de ellos, y seguramente lo saben […] ¿Será consciente Mariano Rajoy de que la alternativa no es un cambio de gobierno, de siglas, de nuevo reparto de cargos? Su responsabilidad es enorme, porque si fracasa no viene otro González, ni siquiera otro Rodríguez, sino un Frente Popular de bolsillo, con su zurrón de ideícas a cuestas para hacer florecer la economía y alegrar la convivencia con su revanchismo de indocumentados…». Y, de aquella, ni se había inventado Podemos ni teníamos la más remota idea de que unos cuantos penenes de la Fácul con otros coleguis mataban el tedio y la gazuza haciendo la Revolución en el bar y viajando a Venezuela.
Entre tanto dislate y tanta inhibición resalta la negativa del Rey a recibir a una tal Forcadell, de profesión amotinada, perteneciente a un grupo que ha prodigado ofensas al Estado y a su Jefatura. Injuriando a la persona y a la institución con gestos mezquinos que describen bien a sus autores (negar el saludo, esconder el retrato, evitar fotos juntos, regodearse ante los aullidos de su chusma, etc.). Por fin alguien responde, con la normativa en la mano, a tanto gamberrismo, a tanta chulería.