Las lecciones de la Historia

ABC 30/01/16
FRANCISCO VÁZQUEZ VÁZQUEZ, FUE EMBAJADOR DE ESPAÑA ANTE LA SANTA SEDE Y ALCALDE DE LA CORUÑA

· Sería inconcebible que el PSOE de hoy olvidara y renegara de su condición de protagonista en el proceso de transición democrática, de su compromiso con la vigencia y los principios de una Constitución que él mismo contribuyó decisivamente a elaborar y del fin del sistema de progreso que con sus gobiernos construyo para España

COMO las más de las veces la historia patria es un permanente volver atrás en el tenaz empeño de repetir los errores del pasado, conviene, además de recordar los yerros, traer a la memoria algunos de los aciertos que también abundan en nuestro ayer, para que así puedan ser recordados por aquellos a los que mañana toca decidir, en el optimista intento de que su conocimiento los ayude a hacer lo que sencillamente corresponde hacer.

Históricamente, al menos hasta épocas muy recientes, en el seno del PSOE dos corrientes ideológicas contrapuestas han pugnado dialécticamente (incluso físicamente en otros tiempos) por imponer sus principios doctrinales como los únicos valores conductores de la acción política del partido. Dicho esquemáticamente, me refiero a las tendencias reformista y revolucionaria que han representado, respectivamente, las líneas de pensamiento socialdemócrata y marxista.

Siendo como ha sido hasta hoy el PSOE el partido político hegemónico de la izquierda española, salvo contados periodos de auge anarquista en el movimiento obrero, resulta hasta lógico que sus conflictos y sus cuitas internas hayan repercutido en el rumbo general de la política nacional; e incluso cuando en situaciones límite sus decisiones fueron tomadas más en razón de la línea doctrinal de la mayoría partidaria imperante que de los intereses generales del país, las consecuencias de sus resoluciones han llegado a afectar gravemente la gobernabilidad y consiguientemente la convivencia de España.

Sirva como primer paradigma del acierto la decisión tomada por un PSOE que todavía encabezaba su fundador, Pablo Iglesias, que en un Congreso Extraordinario celebrado en 1921 rechazó integrarse en la III Internacional de obediencia comunista, decidiendo permanecer en la II Internacional de orientación socialdemócrata. La generación de los fundadores, Iglesias, Besteiro, Prieto, Caballero, De los Ríos, con aquella decisión condenaba tajantemente el totalitarismo comunista, surgido en 1917 con la revolución rusa encabezada por Lenin, que siempre tendría como objetivo estratégico la desaparición y el aniquilamiento de los partidos socialdemócratas, como llevó a cabo Stalin en la Europa oriental, o en la actualidad los populismos revolucionarios en América Latina. El «sorpasso» de Grecia.

Décadas más tarde, iniciado ya el actual periodo democrático, el PSOE, dirigido por Felipe González y Alfonso Guerra, celebraba en 1979 un Congreso Extraordinario donde se tomaba la decisión de abandonar el marxismo como ideología oficial del partido. Con este segundo ejemplo de acierto, la generación que renovó el PSOE –Rubial, González, Guerra, Redondo, Peces-Barba y otros muchos– se homologaba con el conjunto de los partidos socialistas europeos, siguiendo los pasos del «programa de Godesberg» de los socialdemócratas alemanes. Al integrarse en el sistema de valores de las democracias europeas, se rompía con las corrientes antieuropeas y antisistema, comprometiéndose asimismo con los principios constitucionales y de reconcialición nacional frente a cualquier opción rupturista. Tres años más tarde, el PSOE, coprotagonista de la transición democrática, ganaba por mayoría absoluta las elecciones generales y sin complejos incorporaba a España a la Unión Europea y a la OTAN.

Y como no hay dos sin tres, después de dos aciertos recordemos un enorme error, fruto del sectarismo y de la negativa a tender puentes de conciliación y acuerdo. Cuando, después de las elecciones de 1936, el presidente Azaña pretende encargar la formación de un gobierno de salvación nacional al socialista Indalecio Prieto, su pretensión se ve frustrada por la oposición del sector revolucionario del propio PSOE, que encabezaba Largo Caballero y que era mayoritario en el grupo parlamentario. El PSOE se niega así a cualquier entendimiento con los partidos burgueses y moderados integrados en el propio Frente Popular y apuesta por el asalto al poder, propugnando un cambio constitucional demandado también por los grupos de extrema izquierda y anarquistas, olvidando su papel protagonista en la elaboración de la Constitución de 1931 y en los gobiernos en los que participó junto a los partidos de centro. Pocas semanas después estalla la Guerra Civil.

Cierto es que de unos años a esta parte se produce en el socialismo español una incomprensible deriva ideológica que lo lleva a fijar como prioridades ideológicas cuestiones coyunturales que buscan dar cobijo y respuesta a reivindicaciones más propias de un partido de corte radical, olvidando sus esencias igualitarias y solidarias.

Cierto es también que la pérdida o el olvido de su propia historia y de su firme posición doctrinal en defensa de la igualdad y la solidaridad entre las personas, y nunca entre los territorios, lo han llevado a adoptar posiciones no ya ambiguas, sino de agobernabilidad y pactos con partidos separatistas, provocando la desafección de muchos de sus afiliados y muchos más de sus votantes.

Pero no es menos cierto que todavía cabe la esperanza de que, a la luz de la historia, donde hubo fuego siempre queden rescoldos.

Sería inconcebible que el PSOE de hoy olvidara y renegara de su condición de protagonista en el proceso de transición democrática; olvidara y renegara de su compromiso con la vigencia y los principios de una Constitución que él mismo contribuyó decisivamente a elaborar; olvidara y renegara el fin del sistema de progreso y democracia que con sus gobiernos construyó para España junto a los partidos de derecha y de centro que con los socialistas protagonizaron esta etapa histórica.

No sería consecuente con la trayectoria del PSOE pactar o simplemente aceptar la complicidad de un batiburrillo de partidos y organizaciones de extrema izquierda, que a sí mismos se definen como comunistas, antisistema y paladines de la democracia asamblearia, vinculados algunos de ellos a regímenes populistas y teocráticos que tienen como principal objetivo acabar con los valores democráticos de Occidente.

Sería incluso peor sacar adelante cualquier pacto contando con la colaboración pasiva de la abstención de los partidos que están inmersos en un proceso de intentar romper la unidad de España y que consideran a nuestro país como un Estado plurinacional.

Repetir aciertos y evitar errores que tan funestas consecuencias trajeron para todos se consigue de manera tan sencilla como consagrar el adagio popular cuando dice: «Hablando se entiende la gente». Dialoguen pues quienes, al menos hasta hoy, mantienen un inequívoco compromiso constitucional, y decidan populares, socialistas y ciudadanos el quién, el cómo y el cuánto.

Una vez más, el conocimiento de la Historia nos sirve para resolver los problemas del presente.