De Gladstone

EL MUNDO 27/10/16
ARCADI ESPADA

HAY quien considera que la conciencia, o más bien el «tomar conciencia» es el problema principal de la biología, el que desde David Chalmers se llama «el problema difícil». Otros científicos consideran que el problema no existe y que la toma de conciencia del yo y de su circunstancia sólo es un efecto, y hasta colateral, de la sofisticación neuronal. A partir de determinada complejidad de las conexiones, la conciencia ¡simplemente! aparecería. Si la ciencia fuera democrática yo votaría por esta última tesis. La conciencia me parece muy sobrevalorada, francamente. Por ahí se explica mi desapego al voto en conciencia. Por la biología y también por el comunismo, oh juventud. Porque el mejor y más sensato método para el funcionamiento de las organizaciones, tan sensato que no parece comunista, es el llamado «centralismo democrático». Los comunistas discutían hasta el amanecer (es verdad que a esa hora también fusilaban), pero luego actuaban como un solo hombre. No podía ser de otro modo, porque no había institución superior al Partido a la que la conciencia individual pudiera agarrarse.


· «Muy bien, rompen la disciplina. ¿Pero invocando qué? Su única posibilidad es invocar, limpia y netamente, el Odio a la Derecha»

La democracia parlamentaria ha instituido de manera diversa el voto en conciencia para aquellos diputados que discrepen de lo acordado por el partido. Ese voto remite siempre a una instancia superior, es decir, a un código de valores individual que se sitúa por encima de los del grupo parlamentario. Es el caso de los debates sobre el aborto: la instrucción del partido puede no coincidir con la instrucción moral a que se debe un diputado católico. Y es así como el diputado rompe la disciplina de voto. Se comprende la buena intención del reglamentador, pero su naturaleza no es distinta a la que lleva a Ada Colau a acatar sólo las leyes que le parecen correctas. Y qué decir del terrorista. El terrorista es una cláusula de conciencia, andante como una bomba de relojería.

Los diputados socialistas que piensan invocar la conciencia durante la investidura para desobedecer la instrucción democrática del comité federal van a tener un problema vinculado con esa instancia superior. Muy bien, rompen la disciplina. ¿Pero invocando qué? Cabe esperar que ninguno sea tan cínico como para invocar la Democracia. Ni tan petimetre como para invocar el Yo. Su única posibilidad es invocar, limpia y netamente, el Odio a la Derecha, es decir, ese código de valores que en bastantes izquierdistas españoles está por encima de su partido y que se suele complementar con la servidumbre al nacionalismo. Cabe esperar, sin embargo, que a esos diputados alguien les eche a la cara la respuesta Gladstone, aun más profunda que brillante: «Prefiero votar con el partido como un caballero que con la conciencia como un miserable».