Un hombre sencillo se descubre un día como el representante de la virtud cívica presentándose solo en Ondarroa a tomar posesión de su escaño. El resto, entre la cobardía y la comprensión hacia el terrorismo, prefiere hacer mutis por el foro. Al final, se privatiza el terror y nos sacan la cara los ciudadanos anónimos, porque el Estado y la solidaridad desaparecen.
Que un Estado de derecho abra un paréntesis para negociar con los que quieren abatirlo utilizando el terrorismo acaba la postre creando situaciones muy delicadas. No sólo porque la naturaleza excepcional del encuentro puede poner en entredicho el discurso legitimador del sistema y remover cimientos importantes del ordenamiento legal, especialmente en un país como España donde muchas cuestiones fundamentales están en entredicho, sino porque, además, acaban teniendo consecuencias humanas directas en las personas, de una en una, individualmente, que trasciende a la tragedia.
Maite Pagaza, su madre Pilar, esposa e hijos de Fernando Mújica, y otros muchos más, acaban presentándose en solitario, en monólogos típicos de escena trágica –“me helarás el corazón”, “la dignidad de nuestros familiares muertos”, “reclamo justicia”, etc- aunque es evidente que en los tiempos que corren, sociedad crédula y hedonista, las declamaciones por sentidas que sean, cuestan mucho que sean escuchadas. Inconsciente, la mayoría, que esos discursos pueden ser el día de mañana el que uno, que piensa más en las vacaciones que en otra cosa, acabe lanzando si tiene mala suerte de toparse con algún artefacto de la campaña de verano de ETA. Pero aún así será una minoría la que esté clamando en el escenario.
Y si la indignación hace estragos entre los que sufren el terrorismo cuando el poder legitima a los terroristas negociando con ellos, el rearme moral entre los que apoyan o simplemente simpatizan con él, es enorme. No sólo han vuelto a ocupar la calle, han ocupado muchos ayuntamientos y, en algunos, el único que se ha presentado, como en Ondarroa es el concejal del PP, porque el miedo a enfrentarse a otros vascos, por muy canallas que sean, paraliza a los legítimos concejales del PNV. Y luego hay quien dice que la violencia no sirve para nada.
Así un hombre muy sencillo y modesto se descubre un día como el representante de la virtud cívica presentándose solo en Ondarroa a tomar posesión de su escaño. El resto, entre la cobardía y la comprensión hacia el terrorismo, prefiere hacer mutis por el foro, máxime cuando se da cuenta que no existe Estado, ocupado en negociar, que pueda garantizar su seguridad para ejercer la libertad su función política a la que voluntariamente se había presentado. Y en ese momento descubre que ya ni siquiera el PNV es un seguro de supervivencia y atisba lo problemático que puede ser el resto de su existencia si asume ir por una sola vez con escoltas por su pueblo.
A falta de Estado es el ciudadano el que tiene que hacer frente, sin medios, a la erosión de la convivencia democrática, de la misma manera que desde el poder nos piden que arreglemos la salud pública dejando de fumar y de beber, o resolvamos los problemas de tráfico aguantando multas. El Estado también tiene obligaciones, la primera multar y encerrar a los que atentan contra los derechos de la mayoría. Debieran pues los correctos próceres de ese comité de salud pública, ante el alcoholismo, el tabaquismo, o la mala conducción, aplicarse de verdad en la solución de los problemas públicos. Porque hace muchos años hay demasiadas personas, especialmente en el País Vasco, que tienen más miedo a salir sólo a la calle que a fumar o a que le peguen con otro coche. Ante el problema del terror la culpa no la tiene el ciudadano, ni siquiera los del PP, la tienen los terroristas, pero también un Estado gestionado por los que les dan árnica. Al final, se privatiza el terror y el que nos saca la cara son ciudadanos anónimos porque el Estado no existe, la solidaridad desaparece, y nuestros vecinos se muestran como unos cobardes: “Solo Ante el Peligro”.
Y al final el chivo expiatorio de tanto disparate va a resultar ser el Alcalde de Sartaguda, que llevado por el “buenismo” de moda acaba siendo expulsado del PSN porque considera que el concejal de ANV que le apoya, que todo el mundo sabe que es una buena persona, no necesita condenar el terrorismo. Más o menos lo que pensó el fiscal general del Estado legalizando muchas listas y permitiendo que alcancen una cuarentena de alcaldías, y donde no la alcanzan, fruto de la euforia que la negociación le ha causado, ocupan los ayuntamientos. Y a éste nadie le expulsa.
Ya sabíamos del valor cívico del PNV, dejó a la república vendida con la rendición de sus batallones durante la guerra en Santoña, lo que estábamos por ver es que el PNV dejara en manos de los Batasuna un pueblo, el de Ondarroa, que, por cierto -ejercicio de memoria histórica-, diera más caídos por Dios y por España que la mayoría de los pueblos de España, y que ahora sólo se presenta el del PP frente a los descendientes de aquellos heroicos defensores del nuevo orden totalitario.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 26/6/2007