De Hollande y Holanda

Fernando Fernández, ABC, 26/4/12

El fantasma del populismo recorre Europa. El peligro es el síndrome de negación de la realidad que esconde el rechazo de la austeridad

UN fantasma recorre Europa. No es la xenofobia ni la ultraderecha sino el miedo a la decadencia, el populismo como respuesta a la globalización. Argentina no es un caso único, aunque sin duda el más extremo, endémico y casi patológico. También el electorado europeo, incluso el presuntamente más sofisticado como el francés y el holandés, ha caído víctima del mismo síndrome de negación de la realidad. Cerca del cuarenta por ciento de los votantes franceses creen en milagros y un partido mesiánico ha derribado al Gobierno en Holanda. Los analistas alertan del peligro de las soluciones totalitarias, aunque bien es cierto que son todavía pocos los que equiparan a Le Pen con Mélinchon y muchos los que en ambas trincheras consideran legítimos sus votos pero indecentes los contrarios. Ambos sin embargo rechazan el sistema democrático y quieren sustituirlo por una solución quirúrgica totalitaria; ambos quieren recuperar el enfrentamiento cainita que asoló la primera mitad del siglo XX europeo. Ambos pretenden esconderse del fin del excepcionalismo europeo.

No basta con establecer un cordón sanitario y moral frente a ambas posturas. Hay que entender lo que está pasando y proponer soluciones inteligentes. El electorado europeo rechaza una construcción elitista de la Unión Federal Europea, a la vez que esa construcción es no solo necesaria sino urgente a decir de los mercados. Europa se hará por la moneda o no se hará, decía Jean Monnet. Hoy los mercados nos insisten machaconamente: o ustedes hacen viable la moneda única o la completan con su contraparte fiscal, financiera y política o este cuento se ha acabado. La cuestión es sencilla: la globalización hace a Europa perder peso económico en el mundo. Ha perdido el liderazgo tecnológico y la voluntad de liderar. Está en un punto de inflexión, precipitado por la crisis financiera pero no provocado por ella. Una crisis resultado de que Europa está demasiada endeudada y su ventaja tecnológica y humana ya no es suficiente para compensar sus elevados costes.

La Unión Europea pretendía ser la respuesta, Europa iba a situarse en la vanguardia de la sociedad del conocimiento y convertirse en la economía más flexible y dinámica. Pero los electores se resisten a aceptar el fin de la seguridad absoluta y le echan la culpa a la austeridad. Se rebelan contra incrementos en la edad de jubilación que no reflejan sino parcialmente la mejora en la esperanza media de vida; contra la simple idea de cubrir parte de sus gastos educativos como si no hubiese un beneficio privado y estudiar una carrera universitaria fuera un derecho universal; contra concentrar el gasto público sanitario en aquellos que más lo necesitan mediante alguna forma de pago moderador. Renace en Francia el mitterandismo, como si un país por libre se pudiese liberar de la restricción externa, como si no existiese límite a la capacidad de financiación del Estado, como si fuera una obsesión germánica que hay que derrotar como en tiempos de la Contra Reforma. La gente quiere creer en milagros y escuchar a todos los canta mañanas y vendedores de burras que aparezcan en el escenario político. No se les puede culpar cuando partidos pretendidamente responsables se debaten entre el fado y la milonga; cuando piensan que los mercados son nuestros enemigos y proclaman tener coraje para derrotarlos. Esa fue la causa última de la década perdida en América Latina, no saber reconocer que una crisis de deuda impone grandes sacrificios y que no hay atajos expansivos.

Fernando Fernández, ABC, 26/4/12