Dos estrategias distintas. Una línea moderada y otra más dura. Feijóo podría revalidar su cuarta mayoría absoluta. La coalición de PP y Cs será mirada con lupa para futuros acuerdos
Las encuestas vaticinan ya una victoria de Alberto Núñez Feijóo, que prefiere la prudencia al entusiasmo. El CIS indicaba hace solo unos días que podría revalidar su mayoría absoluta con un 46% del voto. Pero el presidente de la Xunta no es partidario de confiarse lo más mínimo, consciente de que, para alcanzar un porcentaje tan elevado de apoyos, necesitará contar con el respaldo de electores que en otros momentos apostaron por PSOE, Ciudadanos e incluso más formaciones.
El PP se juega mucho en Galicia y aunque Feijóo aparece reforzado tras la gestión de la crisis sanitaria, el momento tan excepcional implica unos condicionantes que pueden ser impredecibles. El día elegido —un 12 de julio en pleno verano—, la confianza de que el PP ganará, el miedo al covid-19 a pesar de que la situación en esta comunidad está absolutamente controlada… y que todo ello conlleve un aumento de la abstención, más pronunciada en la población mayor.
En un plano interno, los resultados que obtenga Feijóo tendrán también implicaciones muy importantes. Si confirma su cuarta mayoría absoluta y deja fuera del Parlamento a Vox y Ciudadanos —tras negarse a firmar una coalición con los segundos a pesar de la exigencia de Génova—, el presidente de la Xunta se consolidaría como el mayor contrapeso al liderazgo nacional. Una ‘superbaronía’ que podría cuestionar no solo a Casado, sino la línea estratégica de la formación apostando por imponer un ala más moderada. Precisamente, ante el ambiente de crispación generalizado —y acentuado en el propio Congreso— algunos dirigentes autonómicos incrementaron la presión hacia Génova para tratar de rebajar el tono. Ahora que la campaña ha comenzado —este sábado Feijóo reunió a Casado y Rajoy en Pontevedra— el candidato tiene claro que esta debe ser una prioridad.
En la última junta directiva nacional, Casado quiso recoger el guante afirmando que «no existen dos PP, uno blando y otro duro», sino una sola formación que apostará por la centralidad. Los últimos movimientos, entre los que estuvo respaldar el decreto de nueva normalidad, han sido muy bien recibidos en los distintos territorios.
En el PP nacional son perfectamente conscientes de la fortaleza de Feijóo en todos los sentidos. Aunque el presidente de la Xunta insiste en que «todo el mundo sabe que es el presidente del Partido Popular de Galicia y su candidato», la realidad es que ha hecho una apuesta clara por su candidatura, sin una vinculación a las siglas populares. De hecho, son invisibles en el cartel electoral y siempre ha defendido aglutinar una forma de gobernar Galicia por encima de los partidos. Es decir, ser el candidato del PP y de todo el que lo quiera como tal.
Y frente al caso gallego está a una distancia muy considerable el vasco. Las encuestas no dan confianza a la coalición de PP y Ciudadanos al situarla en el entorno del 6% del voto. Podrían pasar de los 9 escaños, que atesoran los populares en solitario, a una cifra de entre 3 y 6 diputados. De confirmarse algo similar, sería un descalabro en toda regla y auguraría malos presagios para futuros acuerdos con los naranjas, que seguirían con cero representación como hasta ahora.
La coalición —un empeño del PP para empezar la recuperación del espacio del centro derecha y una querencia de Ciudadanos, conscientes de que en solitario no tenían ninguna oportunidad— provocó un verdadero terremoto entre los populares de Euskadi que terminó con la caída de Alfonso Alonso. Casado decidió recuperar a Iturgaiz —que ya fue presidente del PP vasco entre 1996 y 2004 con Aznar— después de que este decidiera abandonar la política justo hace un año, cuando ocupó un puesto en las listas europeas muy alejado de las posiciones de salida.
Después de distintos rumores sobre la candidatura —que en todo caso dependía del PP y Ciudadanos acataría sin más—, Casado se decantó por una referencia de los populares vascos en los peores años de lucha contra el terrorismo con el objetivo de aunar una candidatura constitucionalista para estas elecciones. A diferencia del candidato gallego, Iturgaiz tiene claro que apostará por una línea dura, convirtiendo en uno de los ejes de su campaña el ataque el Partido Socialista, especialmente por su cercanía al PNV e incluso a EH Bildu en algunos acuerdos parlamentarios.
En Euskadi los resultados de Iturgaiz tendrán dos lecturas. La primera mirará a la decisión de Casado de relevar a Alfonso y sustituirlo por Iturgaiz en función de si mantienen o no la representación de 2016. Un elemento clave teniendo en cuenta también que todo el aparato del PP vasco sigue siendo fiel a su anterior líder.
En segundo lugar, y a pesar de la peculiaridad del territorio, se medirá el éxito o fracaso de la unión preelectoral de populares y naranjas, su posible extensión a otros lugares como Cataluña o el final de una historia que apenas había comenzado. Como adelantó este diario, Casado e Inés Arrimadas compartirán mitin casi con total seguridad el próximo fin de semana y se volcarán juntos en la recta final de la campaña.