De la tertulia al reality

ABC – 05/12/15 – JUAN MANUEL DE PRADA

Juan Manuel de Prada
Juan Manuel de Prada

· Las masas necesitan comprobar que los tipos a los que van a votar llevan una vida igual de mema y mazorral que la suya.

Desde hace algunos años veníamos observando cómo nuestros políticos habían convertido las tertulietas televisivas en palestras desde las cuales propalaban sus demagogias, en un esfuerzo por ganarse las simpatías de los votantes. Muchos políticos de las últimas hornadas se han dado a conocer en la televisión, donde sus rabadanes los enviaban, por telegénicos o simplemente por caraduras, a soltar las paparruchas más grimosas, que sin embargo aprendieron a soltar con mucha convicción y prosopopeya, como loritos orgullosos de su labia.

Este fenómeno del político convertido en estrella o asteroide televisivo alcanza su apoteosis con Ciudadanos, que más propiamente debería llamarse Tertulianos, puesto que todas sus «cabezas de cartel» están recolectadas en los platós televisivos. Aunque la amnesia es una de las afecciones más comunes de las sociedades masificadas, no podemos olvidar que Albert Rivera se curtió en tertulias en las que soltaba siempre las machadas que los televidentes querían escuchar, para llevarse el gato al agua; y, más listo que el hambre, entendió que una sociedad de teleadictos estaba madura para votar en unas elecciones como vota en Gran Hermano, eligiendo el rostro más telegénico o simpático. De la noche a la mañana, las tertulias televisivas se convirtieron en la principal cantera de la política nacional.

Ahora esta tendencia se agudiza con el cambio de género televisivo de los candidatos, que de la tertulieta se han pasado al reality. Para encandilar a las masas ya no basta con soltar paparruchas más o menos acaloradas y demagógicas en un plató; ahora es preciso dejarse filmar jugando al futbolín o friendo un huevo. Las masas han sido adiestradas para regocijarse con entretenimientos plebeyos; y necesitan comprobar que los tipos a los que van a votar llevan una vida igual de mema y mazorral que la suya. Las masas ya no cultivan el afán de emulación que busca contemplarse en el espejo de la virtud, como ocurría en las sociedades jerárquicas. En las sociedades democráticas, la envidia ha sido elevada –como afirmaba Unamuno– a «virtud cívica»; y el político, para hacerse perdonar por el vulgo, debe mostrarse tan vulgar como él mismo.

Naturalmente, esto no se reconoce crudamente, sino que se dice eufemísticamente que el político debe ser hombre llano y accesible (o sea, sin elevación alguna); pero lo que se quiere es que sea un hombre vulgar, y que su vulgaridad sea exhibida en un reality, para regocijo de las masas, que así se consuelan de la suya. Naturalmente, una vulgaridad viejuna y cohibida, al estilo de Rajoy, gusta menos que una vulgaridad juvenil y desenfadada, al estilo de Rivera, porque la vulgaridad de las masas se alimenta de «ilusiones»; y no hay ilusión más consoladora que la de una eterna juventud, que nos alivia la vida sin alicientes y espanta el fantasma de la muerte. En este sentido, tiene más razón que un santo Rivera cuando afirma que Ciudadanos es el partido político que más ilusión genera.

Este tránsito de la tertulia al reality como instrumento de proselitismo político nos sirve también para entender mejor la evolución de la demagogia. Antes, para engañar a las masas se requerían siquiera las dotes del sofista, del vendedor de crecepelos, del charlatán barullero que disfraza con mucho aspaviento su falta de sustancia. Para engañarlas hoy no hace falta disfrazar la insustancialidad, sino que se puede exhibir orgullosamente, mientras se fríe un huevo o se juega a un futbolín, en la certeza de que provocará un instantáneo movimiento de adhesión en las masas.

ABC – 05/12/15 – JUAN MANUEL DE PRADA