ARCADI ESPADA, EL MUNDO 22/02/14
· Querido J: Solemne, abusiva y ridículamente «en representación y defensa del pueblo catalán», el Gobierno de la Generalitat ha entablado una demanda civil, por la protección de su honor, contra Federico Jiménez Losantos. La demanda se basa en un informe del Comité Audiovisual de Cataluña (CAC) que recogía palabras textuales del locutor, referentes a la vinculación entre el nazismo y el nacionalismo catalán, y que según el organismo citado se inscribían en «el fomento del odio, menosprecio o discriminación por motivos de nacionalidad y opinión.» Un juzgado de Barcelona ha admitido a trámite la demanda.
Un nazi es muchas cosas. Es un hombre con una concepción determinada de las relaciones entre pueblo y nación. Un convencido de la importancia de la genética en la determinación del carácter. Y con una singular creencia acerca de la importancia de la lengua en el diseño del pensamiento. Esta pluralidad lo diferencia de un asesino. Un asesino es un hombre que mata a otro con premeditación. Es decir, un asesino no es un hombre al que le guste la música de Wagner. Un asesino solo es un hombre que ha matado a alguien. Es posible que cuando el locutor llama nazis a los nacionalistas no quiera llamarles asesinos. Fenómeno que, evidentemente, no se daría si los llamara asesinos, una posibilidad que está francamente a su alcance y del diccionario español de la Lengua. La intención probable del locutor es subrayar las relaciones de semejanza que los nacionalistas catalanes tienen con los nazis, que cualquiera pueda identificar si procede con objetividad; pero no parece que quiera llevarlos hasta la torre de vigilancia de Auschwitz.
Los que entenderán esto mejor que nadie son los comunistas. Como te he contado alguna vez, yo mismo he hecho la prueba. Una vez llamé comunista a un hombre y alegremente pedía más. Evidentemente él no pensaba que yo había pensado en el Gulag. Él pensaba en una determinada relación del individuo con el colectivo, en la sobredeterminación económica de la conciencia y en la historia como el resultado de la lucha de clases. Pero cualquier comunismo tiene su Gulag como cualquier nazismo tiene su Auschwitz. Si alguien no se ofende cuando le llaman comunista es porque no se le ocurre que le estén llamando asesino.
Sin embargo, todas estas argumentaciones tienen una grieta jurídica. Como acostumbra a decir mi amigo el abogado Javier Melero el comunismo no ha tenido su Nüremberg. Es decir, los jueces no han decretado ni la comunidad internacional ha aceptado que el comunismo sea una ideología asesina, como sí lo ha hecho con el nazismo. Jurídicamente hablando llamar nazi a cualquiera es llamarle asesino. La cuestión es discutible desde el punto de vista lógico y semántico. Y hasta pragmático: ¡habrá el que disfrute cuando le llamen nazi! Pero la jurisdicción de Nüremberg, insisto, deja pocas dudas.
La comparación entre nazismo y comunismo y su instalación en el esquema moral de la posguerra europea permite observar otro asunto interesante. Es verdad que el nazismo, desde Mein Kampf, incluye un plan de violencia, en su caso contra los judíos. Pero también el comunismo tiene un plan: en su caso el que se deriva de la aplicación de la violencia revolucionaria y, en concreto, de la dictadura del proletariado. En cualquier ejemplo que exhiba la historia podrá discutirse que se haya tratado del proletariado: pero nadie podrá discutir la dictadura. La diferencia entre comunismo y nazismo es otra: mientras los enemigos del comunismo lo son por su conducta (variable), los enemigos del nazismo lo son por su ser (invariable).
De ahí el estatuto especial del crimen nazi. De ahí el sentido profundo, que debe preservarse a toda costa, del término genocidio. Y de ahí el error en que, a mi juicio, han incurrido los miembros de la asociación Covite, que acaban de exigir ante el Tribunal de la Haya la calificación de genocidio para los crímenes de ETA. Los etarras han sido, y son, criminales partidarios de la dictadura, y en su momento incluso de la dictadura del proletariado albano. Pero nunca le hicieron ascos a un buen andaluz que matara andaluces. Dudo que pueda sostenerse su intención de destruir «un grupo nacional, étnico, racial o religioso», por utilizar la prosa del Tribunal Penal Internacional.
El terrorismo, cualquier terrorismo, es muy precisamente un crimen contra la humanidad, porque, cualquier humano, cualquier gordo que ha salido del bar pero ha vuelto a por sus miserables guantes, con independencia de su etnia, de su nacionalidad, de su cultura, de sus creencias o de su relación con el discurso autojustificativo del grupo terrorista puede verse afectado. El genocidio es una maligna concreción segregada del principio general del asesinato en el que hay que inscribir a los nazis y a los hutus, pero no a los etarras. Ni tampoco a los franquistas, por supuesto, como sostenía, a partir de una crónica de ambiente de Jay Allen sobre el general Franco, aquel que fue juez.
En fin, querido amigo. Habrás visto que se trata de lo de siempre. Hay que matarse por las palabras.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO 22/02/14