ABC-RAMÓN PÉREZ-MAURA

Sánchez quiere garantizarse el apoyo de los que tienen las manos cubiertas de la sangre de Araluce, Elicegui, Palomo y Sanz

BIEN decía ayer en estas páginas Luis Ventoso que tiene que haber socialistas asqueados con la actitud del sanchismo de de estar a partir un piñón con los asesinos de ETA, que al fin se han enterado de que es mucho lo que le pueden sacar al Gobierno central sin necesidad de asesinar. El silencio cómplice de los socialistas del Parlamento Vasco el pasado jueves ante las infamias proferidas por un batasuno a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado que estaban invitados en la tribuna fue algo verdaderamente espeluznante. Pero lo fue más todavía el silencio culposo del PSOE, que no abandonó el recinto –como muy dignamente hizo el PP–. Ni mucho menos del PNV, con Urkullu y Eguibar contemplando la escena impávidos.

Yo tenía la esperanza de que la política vasca hubiera entrado en otra fase. Hubo un hecho reciente que me dio muchas esperanzas. La ciudad de San Sebastián tiene un alcalde del PNV, Eneko Goia. Él ganó las elecciones de 2015 tras una legislatura de la ciudad en manos de los batasunos. Recuerdo haber coincidido con Goia en los cursos de verano de la Universidad del País Vasco en el verano de 2015. Goia explicaba a sus interlocutores que había recibido un ayuntamiento arrasado por los cuatro años de gestión batasuna. Y lo explicaba con cierta pasión para justificar la causa que enfrentaba.

Oigo a muchos interlocutores que la mejora de la ciudad ha sido relevante –bien es verdad que empeorar era casi imposible–. Pero hace dos semanas hubo un hecho que me pareció muy notable. El sábado 23 de marzo el ayuntamiento que preside Goia colocó cuatro placas en el suelo en recuerdo de cuatro víctimas de ETA. Que un nacionalista haga eso, me parece notable. Pero más teniendo en cuenta quiénes eran las víctimas del atentado del 4 de octubre de 1976. La más conocida era Juan María Aralacue Villar, a la sazón presidente de la Diputación de Guipúzcoa, miembro del restringido consejo del Reino que presidía Torcuato Fernández-Miranda y en el que Araluce era uno de los dos consejeros en representación de la Administración Local. Junto a él fueron asesinado su conductor, José María Elicegui Díez, y sus tres guardaespaldas: Antonio Palomo Pérez, Luis Francisco Sanz Flores y un tercero al que no se ha podido poner la placa porque no se había localizado a ningún familiar directo que autorizase a hacerlo y hoy en día ése es un requisito imprescindible con la ley de protección de datos vigente. Huelga decir que esos policías a los que homenajeó el Ayuntamiento de San Sebastián son a los que llamaba nazis Julen Arzuaga el pasado jueves. Y aunque no se refiriese expresamente a Araluce, padre de la hoy presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Maite Araluce Letamendía, no me cabe la menor duda de que también le consideraba un nazi o algo peor si lo hubiese –yo diría que un estalinista, pero seguro que Arzuaga no cree que eso sea una descalificación–. Pero a mí me consuela saber que hay peneuvistas de bien que están dispuestos a reconocer a las víctimas de ETA. Algo que hace mucho tiempo que yo dudaba que existiera.

Las reacciones a la intervención de Arzuaga el pasado jueves asquearon no sólo a muchos socialistas, también a muchos otros españoles. Españoles que vemos hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Sánchez para garantizarse el apoyo de los que tienen las manos cubiertas de la sangre de Araluce, Elicegui, Palomo y Sanz.