JORGE BUSTOS-El Mundo

La diferencia entre Pedro Sánchez y los demás es que los demás mienten, pero solo en Sánchez todo es mentira. Todo salvo una cosa: su ambición. Por ella fue socioliberal contra Madina y bolivariano contra Susana, plurinacional en la moción y rojigualda en el mitin, péndulo que viaja con Ábalos hacia Cs y que retorna con Montero hacia Podemos, seductor en la propaganda e implacable en la purga del partido. Sánchez es el doctor que echó a Montón por plagio, el que expulsaría de su equipo al beneficiario de una sociedad, el que nunca gobernaría con independentistas. Sánchez es un significante vacío que Iván Redondo va rellenando de lo que toque, del mismo modo que anteriormente enroló a Albiol en la limpieza de Badalona o diseñó disfraces para Monago. Ahora al glacial maniquí lo han reprogramado con el chip marianista del «sentido común» y el absentismo mediático, y de momento anda. Primero porque aunque la estrella del PSOE estalló hace tiempo, su viejo fulgor aún llega hasta los ojos de los socialdemócratas desesperados por creer que su partido vive. Y segundo porque tiene la Moncloa, que parte, reparte y se queda la mejor parte. De eso va el poder: de enterrar cada viernes la general impresión de ser un fraude bajo un alud de dinero público, y confiar en que el efecto dure hasta la próxima crisis.

Todo es mentira en Sánchez salvo la ambición. Pero si la ambición en un hombre valioso engendra a un estadista, en un mediocre solo engendra sectarismo. Hay ambiciosos que alcanzaron y conservaron el poder practicando la concordia, como Suárez. Y luego está el tahúr que con una mano oculta la baza de Bildu y con la otra vende corazones moderados, pero cuya voz de odre hueco solo suena sincera cuando insulta a la oposición. Nunca le importaron los huesos de Franco, ni la sororidad feminista, sino poder llamar franquistas y machistas a Rivera y a Casado. La agenda de Moncloa lleva nueve meses elaborándose no en función de las necesidades del país sino del daño potencial que inflija a la oposición. Privado de empatía, incapaz de todo gesto de elegancia moral, en vez de apelar al consenso para despenalizar el suicidio asistido de María José arrojó su cadáver caliente a la cara de Cs en prime time, escamoteando al público la ley que Cs había presentado. Y ahí es cuando reconocemos al Sánchez profundo. El que se reconstruyó mediante el afán de venganza tras ser defenestrado por sus compañeros. El que intentó colar la incapacitación presupuestaria del Senado en una ley feminista, y una mesa con relator para atrincherarse en Moncloa, y una urna tras una cortina para perpetuarse en Ferraz. El tipo que es, no el que sus publicistas hacen que pase. Los escrúpulos le persiguen, pero él corre más rápido. Hasta ganar las elecciones.