DE MAL CAFÉ

IGNACIO CAMACHO-ABC

Cuando alguien te insulta no te sientas a tomar café con él hasta que, como mínimo, te pide disculpas

EL boicot genérico a productos de una determinada región o país es en primer lugar un acto de xenofobia. En términos estrictamente mercantiles representa además una estupidez que ignora la lógica económica puesto que, salvo las materias primas directas, la mayoría de los bienes de consumo se elaboran con componentes de diferentes zonas. Otra cosa es, sin embargo, el rechazo a ciertas empresas cuyos propietarios o ejecutivos se hayan significado en posturas sociales o políticas por voluntad propia. En este caso se trata de una réplica concreta en el libre debate de las opiniones: si a ellos no les importa asociar la suyas al nombre de una marca, el consumidor tiene perfecto derecho a mostrar su criterio discrepante eligiendo otra.

Por tanto, no es lo mismo boicotear a una firma por ser catalana que porque sus dueños o representantes se hayan mostrado partidarios de la independencia. Lo primero constituye una injusticia y una arbitrariedad; lo segundo, un mecanismo de estímulo y respuesta. El mercado funciona con sus propias reglas, una de las cuales, acaso la más esencial, consiste en no ofender a la clientela. También en el mercado político, donde se puede opinar con el voto, con los pies y hasta con la cartera, conviene saber que la implicación en una causa conlleva una responsabilidad sobre las consecuencias.

Los cafés Marcilla, Saimaza y L’Or los fabrica en este momento una compañía holandesa. Uno de sus directivos, llamado Xavier Mitjavila, ha declarado en su cuenta de Facebook que España es un Estado fascista y se ha armado la imaginable pelotera. En vez de pedir disculpas, u obligar a su empleado a ofrecerlas, la empresa ha considerado el asunto una simple opinión personal siguiendo una pésima estrategia. «Creemos que sentarse a tomar un café puede ayudar al entendimiento mutuo», dice en un banal comunicado, tipo

relaxing cup, para zanjar el problema. Pues no: cuando se insulta a una nación democrática de forma injustificada, falaz, temeraria y torticera, esta clase de entuertos sólo se deshacen, y aun a medias, con excusas, rectificaciones o enmiendas. Y eso no hay modo de encontrarlo en la invitación cafetera.

Es posible que en Holanda no hayan valorado bien la hipersensibilidad española ante el conflicto independentista. Algunos empresarios catalanes que la han sufrido con bastante menos motivo podrían explicar a sus colegas neerlandeses que no se trata de ninguna tontería. También existen consultoras especializadas en crisis corporativas que bien podrían asesorarles para no decir pamplinas. O para que consideren que si alguien pretende fracturar tu país, ciscarse en tu Constitución y romper una convivencia muy compleja y sufrida, te sientes poco dispuesto a «entender» que encima te llamen fascista. Eso no se arregla tomando un café. Que si hay que tomarlo se toma, faltaría más, siempre que no sea un Marcilla.