IGNACIO MARCO-GARDOQUI-El Correo

La visita de la presidenta de la Comisión Europea nos trajo ayer una buena noticia: la llegada de los fondos europeos, en los que depositamos todas las esperanzas de una pronta y amplia recuperación, está hoy un poco más cerca. No era difícil augurar que la Comisión aprobaría el plan presentado por el Gobierno pues, en realidad, ahora se trataba sólo de dar el visto bueno a sus intenciones. Ya sabe, todo aquello de la digitalización, la transformación energética, el cuidado del medio ambiente, etc. Cuestiones con las que todos estamos de acuerdo, máxime cuando su grado de concreción es minúsculo y nadie conoce la pieza fundamental de su sistema de reparto.

Pero aún faltan más pasos. Algunos son meramente formales, como la ratificación del plan por parte del consejo de ministros de Finanzas de los Veintisiete, que es poco más que un mero trámite. A estas alturas, ningún país se va a arriesgar a perjudicar a otro y abrir la puerta a que le devuelvan la bofetada. Incluso a poner en peligro el programa completo. Además, el Ecofin no se meterá más a fondo ni estudiará el plan con mayor detalle y profundidad que la Comisión.

Otros pasos serán más complicados y ahí si puede haber opiniones severas e individuales. Me refiero a cuando lleguen las concreciones de los destinos de las ayudas concedidas y se compruebe la calidad y el grado de avance de las reformas estructurales comprometidas.

Por ahora las indicaciones de Europa sirven lo mismo para un roto que para un descosido. Veremos cuando se especifiquen los planes laborales y de pensiones. Ese será el momento de la verdad. Hasta entonces todo va a ir bien. Todos tranquilos. Llegarán pronto los primeros 9.000 millones y ni siquiera su retraso sería un problema grave pues ya hay consignados en los presupuestos generales 25.000 millones para iniciar el riego.

Lo que no puede hacer el Gobierno -por más tentaciones que le asalten-, es tratar de borrar ‘el ridículo del pasillo’ de su entrevista (?) con el presidente norteamericano en la Cumbre de la OTAN, sobreponiendo la visita de ayer de Ursula Von der Leyen. Joe es el jefe y Ursula, una empleada. De alto nivel administrativo y elevado prestigio -algo mermado con el fiasco de la compra de las vacunas-, pero empleada al fin y al cabo a quien le pagan el sueldo los países cuyo comportamiento audita y juzga.