Hay que superar la tentación de hacer pervivir el proyecto político de ETA, incluso que se le eche de menos, evitando que la hagamos presidir el futuro cuando estamos a las puertas de asistir a su final. Lo importante, ahora, es que quienes la hemos estado padeciendo no la refundamos en un ejercicio, más que oportunista, masoquista.
Ahora que la bicha toca a su fin no se qué les ha dado a todos en no dejarla morir en paz. Es cierto que los periódicos necesitan vender ejemplares y el tema de ETA todavía da de sí. Es bastante normal que sus seguidores intenten alcanzar, parodiando al Cid, una victoria después de muerta. Entra dentro de la lógica que este PNV desbocado desde el pacto de Lizarra intente sacar una utilidad política a su fin, pero lo que desencaja a primera vista es la preocupación de Egiguren por implicar a Patxi López en esta agonía como si de ella fuera a sacar algo. No se entendió cuando Onaindia propuso, para escándalo del entonces consejero de Cultura, Joseba Arregi, un acercamiento político al mundo de HB (del que renunció en cuanto descubrió el origen ilustrado de la nación española), y ahora, cuando sólo se espera el acta de defunción, lo entiendo mucho menos.
A esta altura del calvario, desde la que podríamos descubrir, a poca capacidad autocrítica que nos quede, que ETA ha sobrevivido más por nuestros errores y falta de confianza en el sistema democrático que por sus aciertos. Ahora, cuando la cosa funciona, al poco de que el Estado de derecho se ha puesto a la tarea, vemos que alguna inteligente mente de la izquierda desea mediar en su fin con acercamientos a Batasuna. Da la impresión de que se quisiera salvar y mantener algo de esa abominación de ETA y de su entorno. Y entonces aparece el ejemplo del Abrazo de Vergara como antecedente histórico -¡qué sería del pueblo vasco sin antecedentes históricos!- para extrapolarlo a esta ocasión.
A Espartero maldita la gracia que le hizo introducir el tema foral en el acuerdo ante la insistencia de Maroto como si fuera un logro del carlismo, cuando era también una reivindicación liberal. Pero existía, ante el auge del liberalismo progresista, un cierto interés por parte del liberalismo conservador y de la misma Corona, deseosa de adhesiones personales, en que el carlismo no desapareciera del todo una vez derrotado su pretendiente. Y lo más grave del resultado fue que introduciendo con tanta benevolencia un tema político, la supervivencia de los fueros como logro carlista, teniendo que ser las diputaciones liberales las que de verdad los mantuviesen, le obligó a éste a pervivir a pesar de su derrota, otorgándole con esta falsa victoria política la necesidad de existir y combatir hasta que finalmente tuviera a la enésima que ganar una guerra, que fue la de 1936.
Es muy posible que repitamos de nuevo la misma maniobra errónea, pues si algo hemos demostrado en nuestra historia es que no sabemos romper con el pasado. Hay que superar la tentación de hacer pervivir el proyecto político de ETA, incluso que se le eche de menos, evitando que la hagamos presidir el futuro cuando estamos a las puertas de asistir a su final. Lo importante, ahora, es que quienes la hemos estado padeciendo no la refundamos en un ejercicio, más que oportunista, masoquista.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 22/6/2010