El Correo- JUAN CARLOS VILORIA

Acaba de salir de la imprenta un interesante trabajo de investigación de un equipo de historiadores –patrocinado por el Centro Memorial Víctimas del Terrorismo– que analiza el tratamiento de la historia de ETA y sus víctimas en cine y televisión; no en los espacios informativos, sino en formatos de ficción y documental. De 1975 a 1999 únicamente se produjeron seis documentales sobre el tema, lo que avala la crónica, ya conocida, de silencio social y pusilanimidad comunicativa sobre el terrorismo de ETA y sus víctimas durante veinticinco años. Pocos y con unos contenidos ambiguos, equidistantes, cuando no claramente justificadores de la banda.

Sólo a partir del secuestro y asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco y la potente reacción social contra la organización empiezan a proliferar formatos de ficción en los que se da algo de protagonismo a las víctimas, las grandes olvidadas de esta historia. Los autores del libro vienen a constatar que a lo largo de las últimas décadas el cine ha ido evolucionando al ritmo que lo hacía la propia sociedad, «desde una cierta benevolencia con el terrorismo, visto como una herencia del franquismo, hasta posturas variadas y éticamente más comprometidas». Es una manera de verlo. A mi juicio, el peso formidable de películas como ‘Operación ogro’ (el atentado contra Carrero Blanco) o ‘La fuga de Segovia’ en la mitificación de ETA y la justificación del terrorismo ha sido decisivo a la hora de inclinar durante décadas el relato en favor de los verdugos sobre las víctimas.

Esfuerzos tan valiosos como ‘Trece entre mil’ de Iñaki Arteta o incluso la discutible ‘Yoyes’ no han logrado compensar, hasta muy recientemente, la imagen de los etarras como héroes (como mucho presentados, a veces equivocados) y las víctimas como enemigos de la liberación nacional. Relataba el historiador Gaizka Fernández Soldevilla que fue la serie ‘Holocausto’, producida en 1978 por la televisión estadounidense, la que cambió la visión de los alemanes sobre el genocidio nazi e impulsó la ‘desnazificación’ histórica, sociológica y educativa venciendo el olvido, amnesia o indiferencia con que se trató hasta entonces la realidad del horror nazi y la responsabilidad colectiva. El hecho de poner ante 20 millones de alemanes la historia con cara y ojos de dos familias, una judía (los Weiss) y otra aria (los Dorf) fue decisivo para que los espectadores se identificaran y empatizaran con las víctimas, hasta entonces tratados en documentales como cifras anónimas.

Conviene tenerlo muy presente aquí y ahora. Los amigos del etarra Jon Bienzobas sí lo tienen. Primero los trataron como luchadores contra la dictadura, luego gudaris equivocados (en los métodos) y ahora los quieren presentar como sensibles artistas injustamente encarcelados. Hasta que no se aborde de verdad la figura de las víctimas como los auténticos luchadores, héroes solitarios, rodeados de lobos en defensa de la democracia; y la de los verdugos como fanáticos sin piedad no se restablecerá la verdad de la historia. Quizás el libro de Fernando Aramburu y la serie ‘Patria’, que está en producción, colaboren a equilibrar un poco la balanza.