De Ortega a Blanco, venganza y traición

ABC 03/07/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Veinte años después, ETA triunfará en su chantaje con los presos

UN tres de julio como hoy, hace veinte años, «Txapote» urdía el modo de vengar la humillante derrota infligida a ETA por la Guardia Civil con la liberación de José Antonio Ortega Lara. Los terroristas habían exigido el acercamiento de los presos a cambio de la vida del funcionario secuestrado, pero la jugada se les había vuelto en contra gracias a la firmeza del Ejecutivo y a la brillante actuación de la Benemérita, ayudada por el soplo de un confidente debidamente incentivado con cargo a los fondos reservados, que exactamente para eso están. En su primera entrevista con el ministro Mayor Oreja, Ortega Lara le expresó su convicción de que el Gobierno había obrado correctamente al no negociar con asesinos. Hoy sigue diciendo lo mismo, aunque la clase política nos haya dejado solos a quienes pensamos así.

«Txapote» optó por vengar la frustración de la serpiente sacrificando a un joven concejal popular, Miguel Ángel Blanco, a quien reservó una muerte especialmente horrible tras setenta y dos horas de calvario: dos tiros en la nuca con un arma de pequeño calibre a fin de prolongar su agonía. Porque oficialmente la banda había exigido nuevamente que sus presos fuesen acercados a cárceles del País Vasco, pero en la práctica no había forma de salvar a Miguel Ángel. Se trataba de un asesinato a cámara lenta, perpetrado con alevosía. Quienes conocíamos el fondo oscuro de ese entramado criminal sabíamos que de nada servirían las súplicas y manifestaciones masivas. Blanco estaba sentenciado de antemano. ETA consumaba su venganza.

Tan atroz fue aquella ejecución anunciada que, por vez primera en treinta años, España entera dijo ¡basta! y se atrevió a plantar cara. Aparecieron millones de manos blancas y otras tantas voces airadas. Las covachas donde abrevan los sicarios de terror tuvieron que cerrar sus puertas ante el miedo a ser asaltadas por gentes hartas de impunidad. Hasta el PNV, experto en recoger nueces del árbol agitado por ETA, se vio obligado a alinearse en el bando de la indignación, si bien lo hizo con la boca chica. En la manifestación de Bilbao, mientras sujetaba la pancarta al lado de Carlos Iturgaiz, Javier Arzallus le decía: «Ahora estamos todos juntos en la cresta de la ola, pero en cuanto la ola baje cada cual volverá a su posición». Se equivocaba. Lo que pasó fue que todos se acabaron yendo a la posición de los nacionalistas, donde permanecen hoy.

Corría el año de 1997. Durante algún tiempo aún, el que mantuvo a José María Aznar en La Moncloa, ETA sufrió una persecución implacable que la llevó a una situación muy cercana al k.o. Entonces sobrevino el 11-M, José Luis Rodríguez Zapatero se proclamó vencedor de las elecciones celebradas el 15 y empezó la cuenta atrás del proceso de claudicación mal llamado «de paz». El PP resistió hasta 2008, cuando alguien convenció a Rajoy de que esa oposición al «proceso» le había costado votos. De modo que la gaviota viró hacia «el diálogo», se subsumió en el «proceso» y, tras la victoria del 2011, aceptó llevar a cabo lo pactado por ZP. Bolinaga, torturador de Ortega Lara, obtuvo dos años de libertad regalada. Parot y demás ralea salieron en desbandada. Txapote acaba de gozar de un generoso permiso para visitar a su padre enfermo. Y en breve esa exigencia histórica, el acercamiento de los presos, empezará a ser satisfecha, tal como contempla un apartado «discreto» del acuerdo de Presupuestos suscrito con el PNV (acaso sin conocimiento de Zoido). Veinte años después, ETA triunfará en su chantaje.