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ABC 05/10/14
LUIS VENTOSO

· Clamoroso silencio de los comunicadores catalanes que se lucran en España

HASTA que llegó la campaña de odio de Mas y Junqueras, los catalanes contaban con unas extraordinarias simpatías en España, justa correspondencia a su valía. Los catalanes y lo catalán triunfaban –y por fortuna lo siguen haciendo– en todos los ámbitos de la vida nacional. Los periódicos de Madrid han exaltando hasta el hartazgo las proezas del cocinero de Hospitalet que inventó «las ostras con aire de zanahoria». No hay científico o pensador español tan reconocido. Tampoco hay pueblo ni ciudad, de Lugo a Almería, sin su peña del Barça. En los deportes, todo el mundo adora al motorista Márquez, los hermanos Gasol, Mireia Belmonte, Gemma Mengual… En música, desde Serrat hasta hoy, parte de la banda sonora de nuestras vidas viene de Cataluña. Los españoles se engalanan con los buenos productos de Mango, Tous, Desigual o Punto Roma, cada uno con un estilo, pero todos con sede en Barcelona. Es ocioso hablar de la preeminencia bien conocida de las editoriales barcelonesas, o del prestigio de sus literatos, desde Pla y d’Ors a Zafón y Vila-Matas, pasando por Matute o Terenci Moix.

Cataluña, industriosa y creativa, vende en el resto de España el 60 por ciento de todo lo que produce. Empezamos el día alegrando la leche del desayuno con el cacao catalán de toda la vida. Nos lavamos los dientes con su pasta. Celebramos nuestras dichas con su espumoso, confiamos nuestros ahorros a su caja y conducimos los coches de Martorell. Es lo natural y lo sano, porque desde siempre somos compatriotas.

Una de las pruebas más tangibles del afecto es que de allí vienen muchos de los comunicadores y entretenedores que son referencia en España, la gente que marca estilo con sus opiniones y que nos va contando la vida. La radio de más audiencia, con sede en Madrid, les ha confiado la mañana, la tarde y la noche. De Barcelona provienen el rey de la salsa rosa televisiva y la estupenda virreina de las mañanas. De Cornellá salió el incisivo «joven reportero» (40 años) que se hace llamar el del follón, o aquel el chisposo rey del «late show», al que se le ha secado un poco la buena fuente de donde manaba tanta risa unidireccional. También es barcelonesa la agradable periodista con que desayunamos en la televisión estatal, y hasta la gran hermana del berlusconismo.

Todos se lucran, muy legítimamente, en el mercado español. Normal: es su país. Y la sociedad española los escucha con atención y aprecio. Por eso resulta muy decepcionante que la mayoría se pongan de perfil, que no hagan el mínimo gesto a favor de la nación donde ganan fama y hacienda en un momento en que el separatismo catalán quiere destruirla. La famosa «consulta» no se promueve con denuedo, y hasta violentando la ley, por un derecho a decidir. No se trata de votar si en las Ramblas se ponen maceteros con tulipanes holandeses. Se trata de crear una llave para independizar a Cataluña y romper España. Si callan porque quieren el referéndum separatista, malo. Incongruente con sus empleos. Y si están con nuestro statu quo democrático pero silban por cobardía, casi peor.