De primera mano y con segundas

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 18/12/16

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Pregunté a un joven y entusiasta periodista si había leído las memorias de Cebrián: «No, el libro, no». La respuesta describe admirablemente el sistema cultural contemporáneo. Para leer un libro basta con ver alguna entrevista y participar de algún comentario en red. Así que esta carta va a ser una severa instrucción para que acudas al procedimiento tradicional y leas Primera página (Vida de un periodista 1944-1988), un libro imprescindible. Casi todo de primera mano.

El original y no la copia saturada de la Historia. Cuando a las ocho de la mañana del 4 de mayo de 1976 sonó el teléfono y era José María de Areilza que le felicitaba por el primer número de El País y cuando poco después llamaba Manuel Fraga bramando: «Este no es el periódico que queríamos, no es mi periódico, no es un periódico liberal», el que lo cuenta no es uno al que Cebrián le contó. Cuando la noche del 24 de enero, un lunes que comenzó con la muerte de una manifestante golpeada por un bote de humo, siguió con el secuestro del general Villaescusa, acabó con la matanza de Atocha y el general Gutiérrez Mellado llamó para preguntar: «¿Qué cree usted que está pasando, Cebrián?», el que lo cuenta no es uno que etcétera. Cuando el sábado 24 de septiembre de 1977, el inexorable ministro Cabanillas lo convocó con urgencia a La Moncloa y allí, en la sala de columnas de palacio, Suárez le espetó: «Me acaba de llamar el rey [Cebrián tiene el gesto chic de escribirlo en minúscula como hago yo con dios] y me dice que mañana va publicar El País una doble página en que se me pide mi dimisión», el que lo cuenta no es uno.

Los acontecimientos que estas memorias narran han sido tan cruciales y el que los narra los ha visto tan de cerca y ha sido a veces hasta tal punto el acontecimiento –El País es la empresa cultural más decisiva del último medio siglo español– que cualquier otra consideración sobre el valor del libro cede su plaza. No importa la escritura incivil de tantos de sus párrafos. Cebrián es también el académico capaz de esta prosa, tan intelectualmente elaborada, de la primera página: «Los años, y la contemplación tranquila de la realidad, me permitieron sin embargo apearme de estas interpretaciones cuando descubrí la vulgaridad de los seres humanos, todos iguales por lo menos frente al inodoro y la muerte.

Una imagen en un kiosco londinense de la reina de Inglaterra sentada en el cagadero Real y otra del Papa Montini en idéntica postura me ayudaron a elaborar intelectualmente esta reflexión». Cebrián es un hombre, tampoco puedo callarlo, que escribe fungía. ¡Fungía! Y que en un capítulo sonrojante que dedica al elogio de los Goytisolo se siente obligado a hacerlo en prosa aproximativamente goytisola. Pero qué más da. ¿El hombre es el estilo? ¡Quia! ¡El hecho es el estilo!

Habrás visto y oído los melodramáticos interrogatorios a los que Cebrián ha sido sometido gracias a la promoción de este libro. ¡Los papeles de Panamá! Los hechos a medio hacer ejercen una gran seducción sobre el periodismo. Ese caribe, teniendo aquí y narrado por su boca, el hecho sólido, finito, de que Polanco tomó el control de Prisa en dinero negro, mediante la compra de un puñado de acciones a aquel García Trevijano por parte del conchabado accionista Ramón Mendoza, una ceremonia clausurada por Rafael Pérez Escolar, el correveidile, cuando metiendo la mano en el saco se llevó un fajo de cinco kilos. ¿Papeles? Mucho mejor el papelón del pulcro ministro Jaime García Añoveros pidiendo al director de El País que no revelara el nombre del mayor defraudador vasco, porque el empresario (al que el memorialista no llama por el nombre de Luis Olarra) se negaba a pagar el impuesto revolucionario de ETA y era un ejemplo útil. Por cierto que Cebrián contestó al ministro con una zumba de la que podría haber sacado mucho jugo el periodismo en panamá: «O sea que este caballero no paga impuestos ni legales ni ilegales. Así también me haría rico yo». Eso que dijo antes de claudicar.

Las memorias dejan ver con claridad dos de las intenciones principales de su autor. La primera, desmentir que fuera un franquista. Cebrián trabajó en el diario Pueblo, y fue jefe de informativos de Televisión Española entre febrero y octubre de 1974. Es una idiotez profunda la de pretender que todo el que vivió durante el franquismo fuera franquista. Una idiotez que El País ha difundido sectariamente, pero que su primer director tiene el derecho de eludir. Por lo demás, la única vinculación ideológica de Cebrián con el franquismo era la necesidad de su desaparición pactada. Es objetivamente fascinante que la construcción de El País responda al modelo que luego desarrollará la transición. El diario se hace con hombres del régimen (Manuel Fraga) y con hombres de la oposición (Ramón Tamames).

Y no sería una caricatura en exceso deforme dar un paso y decir que Polanco y Cebrián mantuvieron un plan similar a los del Rey y Suárez. Cebrián, un joven católico reformista, no era un hombre de izquierdas. ¡Ni siquiera era agente del Kgb! Un hombre de izquierdas no habría ocupado la dirección informativa de TVE. Pero tampoco habría sido director de El País, un proyecto gestado aún en el franquismo y materializado en condiciones que no eran todavía democráticas.

La segunda intención es más compleja. Cebrián se presenta y presenta a su periódico como un cómplice fiel de la transición, es decir, del proyecto de reforma y no de ruptura que lidera Suárez. La insistencia en la complicidad es un probable reclamo de la época en que se ha escrito el libro. Este burdo cuestionamiento populista de la transición. Sin embargo, lo que El País (aquel intelectual colectivo de Aranguren) pensaba y decía muchas veces no era entonces muy diferente a lo que piensa y dice hoy la izquierda más pueril de Europa. Hay algo más, vinculado. La actitud ante el terrorismo.

Durante años El País atenuó la salvaje actividad etarra, tal vez porque creía que la amenaza del golpe militar lo hacía conveniente. La ausencia de una reflexión sobre ese asunto, en el que fue clave la figura dominante, y seria y obstinadamente errónea, de Javier Pradera, es el principal vacío intelectual, político y moral de estas memorias. Cebrián presenta la transición política como mérito, ¡compartido!, del diario El País. Pero uno vuelve, y ya sabes que lo hago a menudo, sobre los viejos ejemplares, y mi hipótesis sobrevive y ha sobrevivido a este libro. Muchos días, la transición se hizo también a pesar de El País.

Sigue ciega tu camino

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 18/12/16