TONIA ETXARRI-EL CORREO

Apunto de cerrar el gran acuerdo (¿con todo el Gobierno o con la mitad socialista?) para la renovación de instituciones como el Poder Judicial o RTVE, Pablo Casado quiso reafirmarse ayer como el único eje vertebrador de la oposición de centroderecha a Sánchez. Apremiado por Vox, que no pierde oportunidad de recriminarle su ruptura, el líder del PP aprovechó la primera sesión de control a la que se sometía Sánchez para hablar de la pandemia y se salió del guion para echarle en cara la inestabilidad de su Gobierno de coalición. Pero ayer quienes insistieron en que Sánchez debe dejar aparcado a Iglesias, pincharon en hueso. Porque, si bien es cierto que el presidente enfrió la reforma que persigue su socio para regular los delitos de opinión, los problemas que está ocasionando Pablo Iglesias en los últimos meses, los redujo a una cuestión de «decibelios». Es decir, que Podemos siga conspirando y desestabilizando, si quiere, pero en voz baja. Que no se noten. Que no traspasen. Y, sobre todo, que no salpiquen al presidente.

Mientras tanto, Sánchez le perdona la vida a Casado y, como si se tratara de un viejo acomodador que le deja entrar para ver ‘Cinema Paradiso’, le anuncia que «el PP tiene un sitio en la democracia española». Cuanto más fuerte resulte Abascal, mejor para Sánchez. La polarización le podría ubicar en el centro en el caso de que Casado no encuentre el canal para encauzar el hartazgo de buena parte de la ciudadanía conservadora y liberal.

Sánchez dejó escapar una tímida autocrítica, la primera en un año de pandemia, al reconocer que la desescalada fue demasiado rápida. Pero sus reiteradas llamadas a la unidad, combinadas con respuestas implacables a esa oposición que no acaba de someterse, no acallaron los principales reproches a un Gobierno que sienta en el Consejo de Ministros al cuarto partido del Parlamento. Un partido que no solo cuestiona que el nuestro sea un Estado democrático sino que apoya las manifestaciones violentas y cuenta con socios que siguen apoyando a ETA. «Pide aquí unidad pero no la tiene usted ni dentro de su Gobierno». Palabras de Casado que le resbalan a Sánchez.

Está tejiendo una complicada red de acuerdos que envuelve al PP y a ERC. Su socio republicano independentista negaba el espacio a los 217.883 votantes de Vox en Cataluña diciendo que la extrema derecha ha entrado «a paladas» en el Parlament. Pensábamos que habían entrado gracias a los votos. Pero, para Rufián, debe de haber papeletas de primera y de segunda clase.

Por mucho que se desgañite la oposición por señalar las «anomalías» de este Gobierno, Pedro Sánchez ni pegará un puñetazo en la mesa para llamar al orden a su vicepresidente de Podemos (como le exigía desde el PNV Andoni Ortuzar hace meses) ni se desprenderá de este lastre hasta que no se avecine un período electoral. Con este panorama no se entiende que sus señorías se ovacionen tanto. ¿Por qué lo hacen? Para animar a los suyos. Pero, ¿hay razones para ello? ¿Hay algo que celebrar?