JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

  • La adulteración de la palabra democracia es el peor ataque a su esencia

Han pasado cuarenta años desde que la democracia recién nacida en España vivió su momento más delicado. Una trama de intereses políticos, civiles y militares primero destrozaron la UCD y luego pretendieron sustituir a Adolfo Suárez por un Gobierno de concentración presidido por Armada. Cuatro décadas después algunos dicen que no hay una situación de plena normalidad democrática. ¿Está la democracia en peligro en nuestro país? Más que en peligro habría que decir que está en crisis. Pero no en crisis por falta de libertades de expresión, de manifestación o de representación. No porque los jueces condenen a prisión a un delincuente que amenaza y agrede, pero que canta rap. La crisis es precisamente por lo contrario. La democracia se resiente cuando un vicepresidente del Gobierno de coalición sostiene que es preciso controlar a los medios de comunicación. Exactamente, «establecer elementos de control». O cuando se señala con nombres y apellidos a informadores y medios periodísticos para coaccionarles desde el poder. Unidas Podemos reclama «elementos de control democrático». Y precisamente es la adulteración de la palabra democracia el peor ataque a su esencia.

Democracia en su argumentario ideológico puede servir para atar en corto a los periodistas o para decretar barra libre para justificar el desbordamiento constitucional o el control del poder judicial. La pandemia también ha proporcionado al poder una coartada para eludir los controles democráticos, políticos y sociales ante la restricción de libertades fundamentales. Sería desproporcionado hablar de «dictadura sanitaria» pero desde la paralización del control al Ejecutivo hasta los toques de queda o los cierres perimetrales, dejan vaciada la democracia formal durante períodos indefinidos.

Pero en el aniversario del ‘tejerazo’ no se puede eludir el mayor problema para la democracia española cuarenta años después: la voluntad aún no caducada de los independentistas en Cataluña de imponer unilateralmente a la nación la segregación de una parte de su territorio. El discurso del rey Juan Carlos en la madrugada del 23-F devolviendo a los conjurados a sus cuarteles tiene una correspondencia histórica con el discurso de Felipe VI el 3 de octubre tras el referéndum ilegal. Ambos pararon el golpe de fuerzas disolventes y antidemocráticas. Ahora, el despotismo de determinadas minorías sobre la mayoría; el regate por el poder ejecutivo del control parlamentario y el surgimiento de los movimientos populistas, son también elementos que al cabo de estos cuarenta años han dejado la democracia en una situación de precariedad. No acabarán con ella, pero pueden desnaturalizarla hasta dejarla irreconocible.