JORGE BUSTOS-EL MUNDO

02/11/2019

Son las elecciones más estúpidas de la democracia porque jamás debieron haberse convocado. Nacen del capricho de un mediocre que a falta de dotes de persuasión se entrega al chantaje del votante con todos los resortes del Estado. O me dais más poder o aquí no gobierna nadie, dice el Expedientado. Que aún se ofrece como garante de desbloqueo, cuando lo único que garantiza desde que pasó de concejal a diputado es la parálisis y el timo. Engañó a Rubalcaba, a Susana, a Felipe, a Rajoy, a Rivera, a Iglesias, al PNV y a ERC, aunque a estos dos últimos les susurra que aguanten, que si todo sale bien tendrán su parte. Lo último es que no pactará una abstención con el PP, pero tampoco ha recuperado el sueño cuando piensa en la coalición con Podemos. Así que o se le inviste por sumisión o terceras elecciones. Este es el personaje. Alguien cuya palabra vale tanto como su doctorado pero dura menos que su idea de nación.

Ahora bien, el 10-N no solo es un plebiscito sobre Sánchez. Es también un pronunciamiento sobre el papel que el nacionalismo debe tener a partir de ahora en la gobernanza de España. El aliado de González y Aznar ha acabado incendiando Barcelona: los encapuchados son los hijos del pujolismo. Y cortan la retirada de cualquiera que amague con volver al autonomismo. La reacción del Estado a este espectáculo es escrutada por los portadores del mismo virus identitario en Euskadi, Navarra, Baleares, Valencia, Galicia y pronto Canarias. Si el inquilino de Moncloa sigue debiéndole el alquiler al separatismo, los años 20 de este siglo contemplarán la subasta gradual del Estado por autonomías y la inhumación definitiva de la Constitución. Spoiler balcánico: acaba mal.

John Adams se encuentra en París recabando el apoyo de Francia para la revolución que él lidera contra Inglaterra. Escribe cartas a su esposa Abigail, que se ha quedado en las colonias. Un día le revela el sentido profundo, en apariencia prosaico, de su lucha: «Tengo que estudiar política y el arte de la guerra para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía, geografía e historia, y puedan así conceder a sus hijos el derecho a estudiar pintura, poesía, tapicería y cerámica». Con lucidez infrecuente en un revolucionario, Adams comprende que la democracia en América no ha de servir a la épica sino a la búsqueda rutinaria de la realización individual. Es la idea churchilliana del lechero en la madrugada. Hoy España afronta una revolución antidemocrática, es decir, una involución de hechizados por la épica de barricada que niega a los hijos de Cataluña la libertad de estudiar filosofía o cerámica porque solo demanda fanáticos soldados. Contra eso, y contra los partidos que lo amparan, hay que votar.