JOSÉ MARÍA SALBIDEGOITIA ARANA-El Correo

29 oct. 2019

 

La posición que adopte cada uno ante los disturbios (de apoyo, justificativa, pasota, de rechazo pacífico…) refleja por qué camino se está optando para configurar el futuro

La aparición con toda su crudeza del uso de la violencia con intencionalidad política en Barcelona ha puesto de manifiesto la existencia de un independentismo violento y de otro pacífico. Desgraciadamente, la entrada en escena de la violencia trastoca por completo la política, sobre todo para la propia sociedad en la que se usa.

Son conocidos los pasos necesarios para la violencia política: abandono de las vías democráticas, el fin justifica los medios; posesión fanática de la verdad, estar en el ‘lado correcto de la historia’ y la creación de enemigos a los que hay que doblegar para que desistan o expulsarlos, ya que impiden los objetivos políticos formulados como derechos. Pero, para materializarse, la violencia política necesita de ensayos previos y, sobre todo, son imprescindibles las órdenes y las bendiciones políticas de los que mandan en la política.

La violencia política en Cataluña tuvo la orden de Torra a los CDR, más propia de un estrangulador que de un president: «¡Apretad!». Y luego la bendición del Parlament tras la detención de varios CDR acusados de fabricar explosivos y de proyectar atentados. La Cámara legislativa, al negar credibilidad a los hechos y al decir que se trataba de criminalizar al independentismo, mandó un mensaje de apoyo al uso de la violencia política. Dos errores políticos muy graves solo enmendados, en parte y tarde, por Tardá y Junqueras (ERC).

El uso de la violencia con fines políticos tiene como objetivo debilitar y eliminar adversarios políticos, convertidos en enemigos. Por ello funciona sobre todo hacia dentro de la propia sociedad, a la que pretende atenazar. Su objetivo es imponerse e imponer a todo el independentismo su modelo.

Eso es política porque el independentismo es una opción política, no es ningún derecho humano ni divino. Y para conseguirlo trata de dividir a la sociedad en amigos y enemigos de la causa con la violencia –conmigo o contra mí– y derivado de ello aparecen los traidores porque no deja espacio a otras vías. Lo que significa que la violencia política condiciona y prejuzga el modelo de independencia que persigue: monocolor, obligatoria y excluyente, resultado de trasladar miméticamente su comportamiento a cómo sería la convivencia en caso de imponerse.

Pero lo que más interesa ahora es analizar las respuestas que se han dado ante la violencia política, ya que van a condicionar la resolución de los problemas. Es decir, la posición que adopte cada uno ante la violencia: justificativa, comprensiva, pasota, de apoyo, de rechazo pacífico, etc. significa que se está optando por un camino o por otro para configurar el futuro.

Así, se pueden constatar varios tipos de respuestas ante la violencia política:

1.– Los que claman mano dura, que se contagian y se convierten en otros violentos más. Gandhi dijo aquello de «ojo por ojo y el mundo acabará ciego».

2.– Los del pacifismo instrumental, que rechazan la violencia porque da mala imagen del independentismo, pero no porque sea antidemocrática, impositiva, causadora de daños, etc.

3.– Los que niegan la evidencia o la minimizan, que dicen que los violentos son infiltrados, que vienen de otras partes, que no son independentistas, que ‘así no’, etc., sin entender que ahora hay independentismo violento e independentismo que no lo es.

4.– Los ‘aprovechateguis’ de la violencia, que la utilizan como excusa o amenaza en una estrategia paralela, pero no mezclada, entre violencia (los CDR) y política (el resto) para ir avanzando o buscando logros políticos, algo que ya se ha ensayado en los disturbios de Barcelona. En mi opinión, los más preocupantes.

5.– Los despolitizadores de la violencia, que vacían de contenido político a la violencia diciendo que son locos, chavales sin oficio ni beneficio, pijos, etc; o mezclando todo tipo de violencia (la del sistema social, la estructural, etc) diluyendo su carácter político, etc.; o anulando su carácter con la equidistancia entre violencias; o buscando profundas y remotas causas y provocaciones.

6.– Los de la ‘excusatio non petita, accusatio manifesta’, que sabían de la posibilidad de la aparición de un larvado independentismo violento, dado que líderes independentistas venían repitiendo, sin habérselo pedido nadie, que no eran violentos, que eran gente de paz.

7.– Y los que confían en las instituciones democráticas, en que haya Estado. Es decir, en que esas instituciones actúen conforme a la ley, protejan los derechos de toda la ciudadanía y antepongan la convivencia democrática a todos los demás objetivos políticos.

Como la violencia política interpela a la sociedad, ya ha empezado la pugna por ver quién es más auténtico, es decir, más radical, y quién un traidor (botifler). Pero, como siempre en la vida humana, tenemos que establecer una escala de valores para guiar nuestro comportamiento. En este caso, tendrán que elegir entre independencia a cualquier precio (con violencia) o independencia solo si es democrática. Los partidarios de la democracia instrumental dirán que primero independencia y luego democracia. Sin embargo, como los medios condicionan el fin, el ser pacifista o violento no va a lograr el mismo fin, aunque algunos piensen que comparten el mismo tipo de independencia. Lo que significa que, a partir de la aparición de la violencia, el independentismo debe adjetivarse.