LIBERTAD DIGITAL 13/10/16
JESÚS LAÍNZ
En esta España nuestra, en la que todo se discute a gritos, jamás se discute de ideas. Cuando los españoles creen que tratan de política, lo que realmente suelen hacer es cotillear sobre políticos, cosa muy distinta. Y, por supuesto, no sobre lo que dichos políticos piensan, sino sobre sus últimas ocurrencias, sus últimas poses, sus últimas anécdotas, sus últimas bobadas y, sobre todo, sus últimas corruptelas. Por eso Miguel Ángel Revilla es tan popular, pues representa mejor que nadie la chiquitodelacalzadización de la política de un puerilizado país que tiene la risa por valor supremo.
Pero los culpables de este ínfimo nivel no son los simples votantes, pues al fin y al cabo se limitan a repetir lo que les enseñan sus influyentes profesores: unos próceres de la patria que, en su inmensa mayoría, son una banda de mediocres ignorantes incapaces de sostener un discurso ideológico sólido y de discutir con honradez, inteligencia y dignidad. La prueba de ello es que los que se presentan por dichos políticos y por los medios de desinformación como debates internos de los partidos no suelen ir más allá de enfrentamientos de egos y disputas sobre meras cuestiones de imagen.
Confiéselo, memorioso lector: ¿recuerda usted algún contenido ideológico en la célebre polémica entre Aguirre y Gallardón, o en la elección aznariana entre Rajoy, Mayor y Rato para su sucesión? Este amnésico escribidor confiesa que no recuerda ninguno. Y si lo hubo, fue muy secundario frente a los asuntos de imagen, simpatía y locuacidad. Por eso la política de hoy es lo más parecido al lanzamiento de un nuevo perfume.
Con el terremoto socialista está pasando lo mismo: lo que se está discutiendo va poco más allá de un candidato con carisma y buena imagen para ser impreso en los carteles una vez demostrada la ineficacia de Sánchez para contrarrestar el espantoso ridículo de ZP. Pero de debate ideológico, muy poco o nada. Y si hay un partido que necesita un debate ideológico profundo es un PSOE caracterizado por su repugnante guerracivilismo y su rechazo a la nación que aspira a gobernar.
Respecto a lo primero, la izquierda en bloque, incurablemente narcisista, insuperablemente sectaria, refractaria al conocimiento, incapaz de reflexión y encantada de creerse el cuento de hadas que ha elaborado para engañarse a sí misma, sigue convencida de que en el 36 defendió la democracia y la legalidad frente a sus enemigos fascistas. Inasequible al argumento y al documento, jamás comprenderá que fueron las izquierdas las que las destruyeron tanto en 1934 como en 1936 y que, como proclamó el presidente de la República en el exilio, Claudio Sánchez-Albornoz, el principal culpable de la Guerra Civil fue Francisco Largo Caballero.
Y respecto a lo segundo, ¿qué se puede añadir sobre la perpetua alergia de la izquierda española a su propia nación, fenómeno inimaginable en cualquier otra izquierda europea?
¿Cabrá todavía la esperanza de que en el PSOE, aparcando superficiales debates de estrategia electoralista, se aborden estas dos cuestiones esenciales para su propia existencia y, lo que es infinitamente más importante, para la existencia de España?
No parece que haya nadie en la izquierda española con la talla intelectual y personal suficiente para abordar este gravísimo problema. Por eso, mientras el PSOE siga existiendo y no surja con contundencia un partido izquierdista no guerracivilista y no filoseparatista, España no tendrá remedio. UPyD lo intentó pero fracasó. Veremos qué consigue Ciudadanos. Pero, de momento, el recambio del PSOE es ese partido en el que, como muy acertadamente dijo hace unos días Josep Borrel, «están nuestros hijos». Pablo Iglesias acaba de confirmárselo: «Por nuestras venas corre la sangre de luchadores antifranquistas». El debate sobre cómo gobernar mejor una nación, convertido en un enfrentamiento hereditario entre montescos y capuletos.
Y, además del renovado guerracivilismo –¡gracias, ZP!–, Podemos, fruto del vaciado cerebral masivo diseñado por Felipe González y compañía, ha demostrado en mil ocasiones que es un partido todavía más hispanófobo que el PSOE y que está encantado de servir de caballo de Troya a los separatismos.
Sería de justicia que el PSOE desapareciera con ignominia por la cloaca de la Historia. Se lo merece tanto por su infame trayectoria como por su toxicidad ideológica. Pero el recambio será peor. Que a nadie le quepa duda.