Cristian Campos-El Español
Aveces basta con un vistazo a las portadas de la prensa internacional para entender el mundo.
Las americanas, mayoritariamente aislacionistas, listan los errores de Estados Unidos en Afganistán, reflejan la caída en los sondeos de la popularidad de Joe Biden y analizan cómo afectará la espantada a su presidencia. «Estados Unidos cae prisionero de los talibanes» dice el editorial del Wall Street Journal. El Washington Post limita la solidaridad de los Estados Unidos a colaboradores afganos del ejército americano, activistas, funcionarios y periodistas.
¿Y por qué no a las universitarias, por ejemplo? Alguna de esas que se matricularon en la cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Kabul, obviamente creada por activistas anglosajones, y que ahora han quedado señaladas para siempre.
Los diarios pakistaníes analizan la debacle afgana desde el punto de vista de su rivalidad regional con la India. La preocupación en Pakistán, país que se reparte 2.500.000 de refugiados afganos con Irán, es cómo reconocer al régimen talibán sin ser acusado de cómplice de la nueva ola de terrorismo islámico que este generará en el futuro.
Las portadas chinas disfrutan del festín de la catástrofe americana. Amenazan a Taiwán envalentonadas por el repliegue americano, constatan el fracaso civilizatorio de Occidente y anuncian el fin de 500 años de expansionismo cristiano y el amanecer de un nuevo imperio asiático. Que es lo mismo que decir chino.
En las rusas, Afganistán es sólo una noticia más. Incluso en el Moscow Times, un diario dirigido a la comunidad anglosajona que vive en Moscú. Porque celebrar el fracaso estadounidense y el cambio de eje de la geopolítica mundial supondría recordar, de forma indirecta, el fracaso soviético en Afganistán. Ante la duda, y sabedores de que el flanco más débil de Rusia es ahora mismo Tayikistán, la prensa rusa esquiva el asunto, a la espera de que el paso de las semanas disipe la niebla de la guerra.
Los diarios británicos se centran en dos puntos pragmáticos: la fecha final de la retirada total de los soldados americanos, que ahora se ha ampliado más allá del 31 de agosto original; y las dificultades de los aviones de rescate de la RAF para evacuar a todos los británicos (y sus colaboradores afganos) que permanecen atrapados en Kabul por el bloqueo talibán de las vías de acceso al aeropuerto.
En Europa el eje del debate no es cómo afectará a los países de la UE el repliegue del imperio americano, la decadencia de Occidente y el previsible recalentamiento del terrorismo islámico (frente al que España es primera línea de choque), sino la competición moral por el título de campeón de la acogida de refugiados afganos.
España no había logrado todavía sacar a un solo español de Kabul cuando varias autonomías se peleaban ya por acoger a cuantos más refugiados, mejor. Mientras tanto, Ceuta sigue colapsada por la presencia de 1.200 menas abandonados al pairo y que malviven en sus calles, atrapados en su Kabul particular: el conflicto entre Podemos, el Ministerio del Interior, la Audiencia Nacional y las ONG de rigor. En el peculiar glamourómetro español de la solidaridad de postal, los afganos puntúan hoy muy por encima de los menores marroquíes.
Dicho de otra manera. Mientras Estados Unidos, Pakistán, China, Rusia y Reino Unido rehacen sus estrategias globales y se desentienden de sus responsabilidades, Europa, cuya porción de culpa en el desaguisado es llamativamente pequeña, por no decir inexistente, ejerce de liebre humanitaria de Occidente asumiendo en solitario el coste de la nueva debacle anglosajona. En refugiados y, pronto, en atentados terroristas.
España tiene una responsabilidad inescapable con el personal afgano de la embajada y con todos aquellos que han colaborado con las tropas españolas a lo largo de estos veinte años de misión en Afganistán. Pero resulta difícil defender con argumentos que sus deudas vayan mucho más allá de ahí.
La paradoja es que España, un país culturalmente cristiano y con un PIB per cápita de 29.000 dólares, deba hacerse cargo de un número indeterminado de refugiados afganos mientras Catar, un país musulmán con un PIB per cápita de 62.000 y cómoda sede de los líderes políticos talibanes, no acogerá a uno solo de ellos.
El «no» a los refugiados no lo defiende sólo la Hungría de Orbán y el resto de países del grupo de Visegrado. Es también la postura francesa, encabezada por Emmanuel Macron, y la de otros muchos países de la UE que se han mostrado partidarios de mantener, al menos de momento, las puertas de Europa cerradas para ellos.
En el extremo opuesto, la Alemania de Angela Merkel, la autora de la idea de Europa como albergue de refugiados de todos los conflictos del planeta (una tesis cuyos costes sociales y económicos son uno de esos tabúes políticos que sólo se debaten en voz baja), se muestra abiertamente partidaria de convertir la UE en un Afganistán en el exilio.
Jorge Raya entrevistó este miércoles a Ian Bremmer para EL ESPAÑOL. Bremmer, uno de los analistas políticos más influyentes del siglo XXI, es el presidente del Eurasia Group, una consultoría de riesgos geoestratégicos con oficinas en cuatro continentes y que trabaja para organismos y empresas multinacionales de todo el planeta.
Preguntado por las consecuencias para Estados Unidos de la derrota en Afganistán, Bremmer fue chocantemente claro: «Europa va a pagar un precio más alto que Estados Unidos. Vamos a ver un aumento del radicalismo islámico. Y, probablemente, violencia. Vais a tener a muchísima gente enfadada y radicalizada. Más refugiados. Igual no serán tantos como sucedió con Siria. Pero es un riesgo real».
Mientras el mundo gira 180 grados en dirección a un realismo que preludia una nueva guerra fría (en el mejor de los casos) o un nuevo conflicto planetario (en el peor de ellos), la UE se mantiene imperturbable en un idealismo sin mayor horizonte ni objetivo a largo plazo que el de ejercer de faro moral del planeta.
¿Y qué obtiene la UE a cambio de ejercer de Señor Limpio de los destrozos provocados por otras potencias mundiales? El salario emocional de su superioridad moral.
«Voy a ser claro» dijo también Bremmer en la entrevista del miércoles.
«Tú eres europeo. Los europeos deberíais recordar Ucrania y miraros en el espejo. Los ucranianos pidieron ayuda a los europeos tras la invasión rusa. Los europeos se la negaron. Suplicaron entrar en la UE. Los europeos se lo negaron. Suplicaron entrar en la OTAN. Todos en la OTAN se lo negaron. Cuando los rusos invadieron el país, los ucranianos no tuvieron apoyo. No les defendimos a pesar de que, tras la caída de la Unión Soviética, nos comprometimos a hacerlo. ¡Decidimos no hacerlo! Y fue una decisión de los americanos y de los eu-ro-pe-os».
EU-RO-PE-OS: paganos de la geoestrategia anglosajona desde 1993.