JON JUARISTI, ABC 20/01/13
· El igualitarismo aplicado a la enseñanza es la vía más segura hacia el fracaso del sistema escolar.
EL Gobierno francés va a suprimir las tareas escolares fuera del horario lectivo. La razón aducida para ello es que los ejercicios en casa agravan las desigualdades, situando a los alumnos cuyos padres no poseen estudios superiores o de grado medio en clara desventaja respecto a los niños de familias de nivel cultural más alto. En compensación, se aumentará el número de clases prácticas en los centros.
El igualitarismo pedagógico ha probado ser una pésima ideología. No elimina las desigualdades reales y fuerza una nivelación a la baja. Desanima a los más capaces y premia a los vagos. Se ha llegado así a una entropía inducida que, a pesar de las diferencias de resultados entre los distintos países de nuestro entorno, ha deteriorado en todos ellos la institución escolar. Sus víctimas se encuentran, sobre todo, en las capas sociales más desfavorecidas, que no suelen disponer de las segundas y terceras oportunidades que se ofrecen a los fracasados de clase media. O se ofrecían, porque la crisis las ha ido mermando. Las buenas intenciones pavimentan el anfiteatro del infierno, y la ilusión igualitaria, que no es una excepción a dicha regla, ensancha la distancia entre pobres y ricos.
Pero los socialistas —en este caso, los franceses— no escarmientan. Fieles al dogma de que las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia, permanecen ciegos al hecho de que precisamente la escuela, y más que ninguna otra la muy exigente escuela republicana francesa que surgió de las reformas de Jules Ferry, suponía un rotundo desmentido a semejante superstición. Aquellos cuerpos de maestros e inspectores de la III República, «apóstoles laicos» imbuidos de una mística de la redención por la cultura, crearon el mejor y más eficaz sistema escolar de la Europa contemporánea, como lo reconoció Péguy. La principal oposición a la escuela pública obligatoria no la hizo una Iglesia en repliegue ante la ofensiva laicista, sino la izquierda, que veía en ella el cimiento práctico del nacionalismo. Se la siguió haciendo después de mayo del 68, con su secuela de teorías «emancipadoras» y hasta neolibertarias, como la «pedagogía institucional» de Lobrot, que se desacreditaron definitivamente en los ochenta, bajo la primera presidencia de Mitterrand. Desde entonces, el igualitarismo renunció a la batalla de la renovación pedagógica y optó lisa y llanamente por el desmantelamiento de la escuela republicana, bien por la vía del multiculturalismo (la impugnación de la «ley del velo» del ministro Luc Ferry) o, como ahora, por la demolición de lo que consideran la «contrarreforma» de Sarkozy.
La supresión de los deberes forma parte de este programa. Los pedagogos de Hollande creen o fingen creer que los graduados universitarios les resuelven a sus hijos los problemas de matemáticas o les hacen los análisis sintácticos. Pero incluso la mínima ayuda paterna les parece intolerable, una agresión contra la igualdad, y piensan que prohibiendo por decreto las tareas para casa se dará un gran paso hacia la justicia universal. Por supuesto, los más perjudicados no serán los chicos de la mesocracia ilustrada, que seguirán adquiriendo por ósmosis su cultura de casta, sino los de familias problemáticas o desarraigadas. Éstas, y las tribus de los barrios marginales, se encargarán de deshacerles en el tiempo de ocio lo que la escuela les haya podido aportar. Los deberes eran para ellos un refuerzo necesario de la instrucción adquirida a contrapelo de sus condiciones materiales de existencia, las cuales determinarán de ahora en adelante su conciencia y alimentarán su resentimiento. Que es lo que la izquierda siempre ha procurado demostrar.
JON JUARISTI, ABC 20/01/13