IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL
La epidemia en Madrid está completamente fuera de control, y esto no ha hecho más que empezar
Finalmente, hemos llegado al punto al que todos sabíamos desde hace meses que llegaríamos. Súbitamente, la realidad presentida durante todo el verano se ha precipitado. Como sucedió en aquella funesta semana de marzo, todos los debates tácticos que hace solo 48 horas nos tenían entretenidos —los pactos presupuestarios, la memoria histórica, los avatares de Torra, los promiscuos manejos de Iglesias con el nacionalismo anticonstitucional— han perdido toda relevancia. Ya solo hay un tema sobre la mesa: cómo evitar una segunda hecatombe sanitaria cuyo epicentro, de nuevo, es Madrid. Concretamente, el Madrid más indefenso, el que se hacina en el sur.
Durante meses, se han multiplicado las advertencias por parte de todo aquel que viste una bata blanca en nuestro país. Día a día, se han ido acumulando datos que primero mostraron rebrotes, luego una escalada cada vez más acelerada de los contagios, a continuación la saturación de los centros de salud y el regreso del covid a los hospitales…hasta llegar a la situación actual. La epidemia en Madrid está completamente fuera de control, y esto no ha hecho más que empezar.
Madrid, rompeolas de todas las Españas, escribió el poeta. A la inversa, podemos decir que las olas que rompen en Madrid, antes o después, inundan España entera. Esta no es una comunidad autónoma más: probablemente fue un error de origen concebir así lo que, en la práctica, responde mucho más al modelo de un distrito federal o de una ciudad-estado como Berlín.
Nada de lo que aquí sucede puede contemplarse como un problema regional. Aquí está el corazón orgánico del Estado, desde aquí se dirigen la mayoría de las grandes empresas, este es el mayor nódulo de comunicaciones que vertebra el país. Cualquier cosa que sacuda o trastorne la normalidad en Madrid tiene consecuencias inmediatas en el resto de España. Por eso, hoy toda España tiembla mirando a Madrid.
Cualquier cosa que trastorne la normalidad en Madrid tiene consecuencias en el resto de España. Por eso, hoy toda España tiembla mirando a Madrid
Si fue imprudente que, tras una salida precipitada y prematura del estado de alarma, el Gobierno se desentendiera por completo de la lucha contra la pandemia y dejara a los gobiernos autonómicos solos frente al peligro, en lo que se refiere a Madrid resultó una temeridad suicida. Los responsables de ambos gobiernos, el central y el autonómico, sabían de sobra que esta concentración de siete millones de almas no estaba preparada ni de lejos para instalarse en la llamada ‘nueva normalidad’. Pero prefirieron ignorarlo para engolfarse en sus respectivas maquinaciones sectarias, arriesgando la vida de millones de personas.
Este virus sabe de política. Está comprobado que hay una correlación casi exacta entre los entornos políticamente tóxicos y el fracaso frente a la pandemia. Es como si el covid dispusiera de un radar que le permite detectar los malos gobiernos, la polarización extrema, el deterioro institucional. Si además encuentra en esos lugares grandes concentraciones de población habitando en condiciones de hacinamiento, allí acude raudo para darse el gran festín. Esto explica en gran parte el fracaso de España ante las dos olas de la pandemia; y dentro de ella, el desastre de Madrid, donde se da el compendio más acabado de todas esas circunstancias.
Está comprobado que hay una correlación casi exacta entre los entornos políticamente tóxicos y el fracaso frente a la pandemia
Isabel Díaz Ayuso ha dado un curso completo de negligente incompetencia en el manejo de esta crisis sanitaria. Erró provocando la salida atropellada del estado de alarma, clamando histéricamente contra lo que llamó “dictadura constitucional” y exigiendo que se quemaran las fases de la desescalada (algunas de ellas duraron apenas unas horas, en contra del criterio de sus propios expertos). Se equivocó actuando como ariete político contra el Gobierno central —que, por no quedarse atrás, le correspondió con la misma moneda—. Desperdició dramáticamente los meses de julio y agosto, pese a todas las señales premonitorias de la tormenta que se estaba gestando. Ella y Sánchez se han entretenido durante meses practicando el maldito juego de la culpa recíproca. Y ha terminado montando un disparatado baile de filtraciones y declaraciones incontroladas, con el peligro de provocar una diáspora masiva hacia el resto del país.
Basta de regates. Se pongan como se pongan, un Gobierno autonómico no tiene capacidad legal para encerrar a millones de ciudadanos e impedir el ejercicio de la libertad de circulación. Tenía razón Sánchez cuando defendía que el estado de alarma es el único instrumento constitucionalmente válido para restringir los derechos fundamentales. Eso decía cuando le interesaba lo del mando único. Cuando lo que le interesó fue sacudirse el marrón, se le olvidó el argumento y pasó a defender lo contrario.
Es imposible manejar una crisis de esta envergadura si no existe un umbral mínimo de lealtad entre las instituciones. Y si algo ha caracterizado la relación entre el Gobierno de Sánchez y el de Ayuso desde el primer al último día, ha sido la ausencia absoluta de lealtad por ambas partes. Llegará el momento en que ambos deban responder por ello. Pero ahora hay algo mucho más urgente. El virus nos ha enseñado que, a partir de cierto punto en su propagación, cada hora perdida se cuenta en cientos de vidas.
Declarar inmediatamente el estado de alarma en Madrid es una exigencia perentoria. Lo es tanto por razones legales como operativas. No es posible seguir confundiendo la descentralización de la gestión sanitaria con la inexistencia de una política sanitaria nacional (lo mismo vale para la educación). Sánchez tiene que olvidarse de la escandalosa dejación de responsabilidades que viene practicando desde el 20 de junio y Ayuso tiene que aceptar —es más, tiene que exigir— la ayuda y la colaboración del Gobierno de la nación para enfrentarse a una situación que pone en peligro toda España.
Se acabaron la excusas y se acabó el teatro. Da igual quién visite a quién. Esta no es la hora de los gabinetes de comunicación. Si por una vez quieren hacer un favor a su país, lo primero que deberían hacer es sacar de este asunto a los Iván Redondo y Miguel Ángel Rodríguez, llamar a los que saben, arremangarse y ponerse a trabajar juntos seriamente. Solo así podrían empezar a merecer el perdón tras tanta irresponsabilidad.
Hoy mismo, debería estar en el BOE el decreto declarando el estado de alarma en Madrid. Si es de mutuo acuerdo, mucho mejor. Y si no, que se haga también. Probablemente, no baste con confinar algunos municipios y distritos del sur de Madrid. Más pronto que tarde, habrá que pensar en cerrar la capital entera y toda su área metropolitana. Así que pongan fin al juego de la culpa, dejen de engañar y engañarse y cumplan con su obligación.