RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

Los madrileños no se merecen que se especule con su salud ni merecen tampoco la irresponsabilidad con que Ayuso y Sánchez han prolongado seis meses de reyerta sectaria

En medio del frenesí cibernético, de los selfis y de los wasaps, resulta extraordinariamente hermoso el ajetreo epistolar de Sánchez y Ayuso. Más bonito hubiera sido todavía un intercambio manuscrito. Y se hubiera agradecido que hubiesen renunciado a la vulgaridad del tuteo, pero no vamos a exagerar con los formalismos. La esencia de las cartas de amor consiste en la tregua que han suscrito y en una reconciliación cautelar que subordina la escena de la riña a garrotazos. Sánchez y Ayuso convirtieron Madrid en el escenario de una batalla política, personal e ideológica que tanto beneficiaba sus respectivos intereses electorales como perjudicaba la salud de los madrileños.

No hay que conceder al abrazo demasiadas expectativas ni excesivo optimismo, pero está claro que el presidente del Gobierno ha reaccionado con astucia al SOS que ha lanzado Ignacio Aguado. El vice de Ciudadanos pedía colaboración al Ejecutivo central. Y reconocía implícitamente los méritos de una doble victoria al tahúr de la Moncloa. Que Ayuso había fracasado. Y que Sánchez era el salvador.

Se trata de una lectura cuya morbosidad justifica el calentón epistolar del presidente, pero también podría decirse que Ayuso quiere atraer a Sánchez para involucrarlo en la responsabilidad del colapso sanitario que ya sacude Madrid y que puede adquirir dimensiones apocalípticas. Sería la mejor coartada para sustraerse a la propia carbonización. Ayuso utilizaría a Sánchez como actor principal del drama autonómico, aunque el narcisismo del líder del PSOE excluye una versión tan dolorosa y superficial.

Se explica así la condescendencia y hasta ternura con que el jefe del Gobierno enfatizaba su acercamiento al enemigo. No te preocupes, bonita, Pedro está aquí. Y entre los dos resolveremos el problema… Tan grande era la generosidad y disposición de Sánchez que se ofrecía él mismo a personarse en la sede de la presidencia autonómica, aunque la respuesta de Ayuso elude la oportunidad de una cumbre bilateral. Prefiere que trabajen los respectivos equipos antes que ofrecerse al beso de Belcebú.

Hay razones para congratularse del desbloqueo. Y más razones para escandalizarse de los seis meses que el Gobierno central y el autonómico han desperdiciado apurando munición de un desencuentro de efectos devastadores para la salud pública. Sánchez escondía su negligencia en las faldas de Ayuso como Ayuso ocultaba su gestión nefasta en la responsabilidad de Sánchez. Lo hacía además identificándose con el destino de los madrileños. Y atribuyendo al líder socialista un plan de exterminio.

Los plenos poderes que adquirió Sánchez durante el estado de alarma relativizan los errores de Ayuso o los circunscriben a la paupérrima gestión de las residencias de ancianos, pero ha sido la plena recuperación de las competencias lo que ha demostrado el ocaso del Gobierno madrileño y la oportunidad con que Aguado ha pedido la emergencia de rescate.

Sánchez lo llama cogobernanza. Y se relame ante una victoria táctica que lo describe como el ángel de la guarda de Madrid. Todo ello el mismo día en que el CIS de Tezanos sostiene que el 57% de los españoles —¿cuál es el porcentaje real?— desconfía de la capacidad del Gobierno para neutralizar la pandemia.

Más que una tregua, Sánchez y Ayuso han firmado unas tablas. Y lo han hecho sobre el siniestro tablero de ajedrez de ‘El séptimo sello’. Los madrileños no se merecen que se especule con su salud ni merecen tampoco la irresponsabilidad con que Ayuso y Sánchez han prolongado seis meses de reyerta sectaria sin otro objetivo que el abatimiento del rival.