EL CORREO 18/10/14
KEPA AULESTIA
· Artur Mas trata de emular a Jordi Pujol erigiéndose en intérprete único del futuro de Cataluña una vez amortizada Convergència
ERC siente vértigo porque, como muchos catalanes, es víctima del supuesto de que el Palau es la casa de los ‘convergentes’
La ola soberanista sobre la que decidió deslizarse el presidente Mas tras la Diada de 2012 amenazaba con sepultarle a él y a su partido bajo el imparable ascenso de ERC en los comicios autonómicos y en las europeas. Sin embargo, tras una hábil maniobra sobre la tabla, el presidente de la Generalitat se ha venido arriba gracias a su posición institucional, conduciendo a la formación liderada por Oriol Junqueras a dos encerronas sucesivas. La primera, la reconversión de la consulta que el soberanismo pretendía oficializar para el 9 de noviembre, suspendida por el Constitucional, en un simulacro de referéndum convocado desde el Palau y al que, aun a disgusto, ERC no ha tenido más remedio que sumarse.
La segunda cuando, antes de conocer el desarrollo real de dicha jornada de movilización, el sustituto del dimitido Oriol Pujol en la operativa de CDC, Josep Rull, hace pública la propuesta de una «candidatura de país» como condición para la convocatoria anticipada de elecciones al Parlamento autonómico, emplazando a ERC a que sea partícipe de la iniciativa si quiere unos comicios plebiscitarios. Candidatura que, por supuesto, debería estar encabezada por el propio Artur Mas y en cuyas listas los partidos se diluirían entre independientes y personas designadas por la Asamblea Nacional Catalana y por Òmnium Cultural.
La figura de Mas adquiere de pronto dimensiones de gran estratega y de hábil maniobrero, aunque nunca sabremos en qué medida sus movimientos han sido premeditados o instintivos, formaban parte de un plan secreto o han hecho de la necesidad virtud sobre la marcha. Pero en cualquier caso la doble jugada es de largo alcance. El culto a la personalidad que rodea a Mas ya ha revelado que lo que se gesta es «el partido del presidente». No era imprescindible que su fervorosa cohorte fuese tan explícita, porque la necesidad de deshacerse de una Convergència lastrada por la familia Pujol y su futuro judicial, los procesos pendientes sobre sus cuentas y su declive electoral requerían hallar una salida virtuosa: nada menos que una «candidatura de país». El hijo indeciso acaba con el padre y se desprende de su hipotecada herencia para procurarse su propio capital.
Al convocar las elecciones anticipadas de 2012, Artur Mas se mostró melodramático anunciando que «cuando Cataluña alcance sus objetivos, yo no volveré a presentarme a las elecciones». «Son tiempos de jugársela», declaró, aunque la suya era una promesa sin riesgos. Ahora se atreve a hacer un llamamiento al ‘país’ para que se salve salvándole a él, y un llamamiento a ERC para que se funda en las nuevas texturas que precisaría la deconstrucción de la política catalana. Artur Mas se recupera como émulo aventajado del personalismo con el que Jordi Pujol fundó lo que ahora se funde.
Las condiciones de partida y de partido han sido expuestas a modo de pulso. Mas no convocará elecciones anticipadas sin previa garantía de encabezar una «candidatura de país» que convierta sus reiterados fracasos políticos en un éxito final. Por su parte, Junqueras exige que unos comicios plebiscitarios conlleven de inmediato la declaración unilateral de independencia. Es la pugna por controlar la agenda del soberanismo. La situación produce vértigos partidarios. Vértigos que acaban con el sistema de cálculo que la política de siglas estaba acostumbrada a manejar hasta ayer mismo.
ERC siente el vértigo de disputarse la presidencia de la Generalitat con CDC, entre otras causas porque es también víctima del supuesto que comparten tantos catalanes que, como Marta Ferrusola, siguen pensando que el Palau es la casa destinada a los ‘convergentes’. Los restos post-pujolistas de CDC saben que su única posibilidad de continuar al frente de la política catalana tras el procesamiento político y judicial del fundador y su familia se llama Artur Mas, a pesar de su discutida gestión. Al borde del abismo las emociones pueden volverlo todo heroico y triunfal, siempre que sus protagonistas se liberen de la angustia.
Es muy probable que la liza entre el presidencialista Mas y la asamblearia ERC acabe en un acuerdo en torno a una lista trenzada de candidatos partidarios e independientes y sobre el compromiso de una declaración parlamentaria de voluntad soberanista –una proclama rebajada de la declaración unilateral de independencia requerida por Junqueras– como base para procurar un diálogo posterior con el Gobierno central y con Bruselas. Todo ello acompañado de la cimentación creativa para alzar un nuevo edificio: el de un Estado propio e independiente respecto a la España constitucional. Tarea para la que, según el diseño de Mas, deberían sacrificarse las actuales estructuras partidarias y dar lugar a un magma constituyente. El nuevo Estado sería la proyección de la Generalitat hacia un futuro sin ataduras externas ni internas. De ahí que su Gobierno actual soslaye su obligación mínima: la aprobación de los Presupuestos de 2015. No es el momento de las menudencias, porque de lo que se trata es de dejar atrás el pasado. Al fin y al cabo, la Generalitat puede continuar a la cabeza del éxodo soberanista confiando en que alguien –los contribuyentes– proveerá.
La causa principal se llama Cataluña y nadie tiene derecho a tratar de que prevalezcan sus necesidades personales, sus aspiraciones sociales o sus postulados ideológicos y políticos en un momento tan histórico. Todas las esperanzas están encarnadas en Artur Mas, y ningún anhelo se escapa a su atención. Sería de un mal gusto antipatriótico que ERC pretendiera el ‘sorpasso’ ventajista respecto a una CDC que ya ha resuelto disolverse en la plancha común de los catalanes auténticos. Porque de lo que se trata es de deconstruir todo lo que ha existido hasta la fecha permaneciendo, eso sí, en el Palau. Nada más aleccionador que el hecho de que la Generalitat se haya avenido a registrar a los miles de actores secundarios que deseen participar en la escenificación de un simulacro de consulta el próximo 9 de noviembre. Nada más deconstruyente que eso de que la sociedad política simule confundirse con la sociedad civil.