David Gistau, EL MUNDO, 26/6/11
LA HOMOLOGACIÓN de Bildu, que obliga a incluir a los cargos electos en los arquetipos lombrosianos, ha propiciado un remedo de purga que comenzó con la retirada del retrato del rey en el Ayuntamiento de San Sebastián. Y que, por riguroso turno folclórico, ya ha citado a la Guardia Civil y el Ejército como las siguientes correcciones a hacer en la aldea Potemkin abertzale.
El argumento empleado es que el pueblo vasco no se identifica con ellos. Como quiera que Bildu no concibe otro pueblo vasco que los doscientos y pico mil votantes del mural de los gudaris, es de temer que la enumeración de elementos sobrantes nos lleve buena parte del verano. Y que al final abarque todos los ámbitos sociales, desde los concejales constitucionalistas y los filósofos disidentes hasta los ingenieros ferroviarios y los banderilleros con acento andaluz. Son muchos aquellos a los que este nuevo Comité de Salud Pública todavía ha de hacer llegar la noticia de que no son identificables con el buen pueblo vasco, el de las montañas sagradas. Y acaso los posibilistas que alentaron la legalización de esta casta dirigente se conformen ahora, e incluso lo consideren «normalidad democrática», con que los centinelas del ideal abertzale, temporalmente y mientras no se les replique, renuncien a hacer su selección mediante la introducción de balas en cabezas.
A lo largo de los años, los propagandistas de ETA han procurado parasitar la imagen de causas ajenas, probablemente para atraerse la simpatía de los medios extranjeros que tuvieran nociones superficiales de nuestro terrorismo. Robaron parte del fulgor del póster del Che, y sólo con eso obtuvieron en el Cono Sur un apoyo que aún perdura. Se hicieron pasar por irlandeses católicos y por palestinos, para que, por añadidura, sus víctimas parecieran orangistas o israelíes. Ahora, como alguno de ellos ha visto Invictus, se descuelgan con el pin del número de preso de Otegui que llevó en su solapa Martín Garitano con un desparpajo impensable antes de la sentencia del TC.
Otegui ya plagió a Arafat la frase de la rama de olivo. Con tal de no parecer lo que es, tiene que aprenderse más acentos que Meryl Streep, porque ahora le toca hacer de Nelson Mandela. Pero, esta vez, y a pesar de la colaboración en el relato de un sudafricano de pura cepa como Brian Currin, la analogía es complicada. Porque, para hacer pasar a Miguel Ángel Blanco o a Irene Villa por afrikaaners del Apartheid, se necesita mucho más que una película en la que el lehendakari Otegui encomendara hacer patria a Iñaqui Perurena en las vísperas del Mundial de levantamiento de piedras.
David Gistau, EL MUNDO, 26/6/11