Ignacio Vafela-El Confidencial
Los gobernantes españoles han dejado de ocuparse seriamente de vencer al covid. Su prioridad actual es endosar a otros la carga del fracaso en ese combate
Los gobernantes españoles han dejado de ocuparse seriamente de vencer al covid. Su prioridad actual es endosar a otros la carga del fracaso en ese combate. Sánchez: hora y media de discurso dedicada exclusivamente a señalar a las comunidades autónomas como únicas responsables de lo que está sucediendo y de lo que suceda en el otoño. Casado: una respuesta atropellada para proclamar la inocencia de su partido y de sus gobiernos, declarar a Sánchez culpable universal de todos los males de la patria y exigirle que haga hoy lo que ayer le recriminó. Mientras la peste sigue expandiéndose, la sociedad se pregunta quién se hace cargo de esta epidemia.
Un día de la primavera más oscura que hemos conocido, Pedro Sánchez soñó que él solo, desde el puente de mando, derrotaría al covid como antes a todos sus enemigos políticos. Semejante hazaña no solo haría olvidar la cadena de incurias e imprudencias que hicieron de España la capital mundial de la pandemia; también lo encumbraría como un héroe nacional y un gigante para la historia.
Aquella alucinación presidencial abrió el periodo del delirio bonapartista. Sánchez reclamó para sí todo el poder, todo el protagonismo y todos los focos. Fueron los tiempos del mando único, del vocabulario de general en jefe, del secuestro de la televisión para aquellos sermones estomagantes. No estaba dispuesto a compartir la gloria con nadie. Entonces no había para él “Estado compuesto”, descentralización de la gestión ni zarandaja alguna. Mientras, los hospitales eran un infierno, los muertos se contaban por decenas de miles y la España confinada temblaba de miedo.
Tardó unos meses en descubrir que este virus es demasiado toro incluso para él. Que era mucho más probable salir de la plaza con los pies por delante que a hombros. Así que en Moncloa comenzó a programarse la ‘espantá’. Aprovechando la brevísima tregua que concedió el bicho, se dio atropellado golletazo al estado de alarma, se pronunció la frase fatídica (“hemos derrotado al virus”), se cerró la ventanilla del Gobierno y el diestro recogió capa, muleta y espada para contemplar el resto de la corrida desde el burladero, dejando a los gobiernos autonómicos solos frente a los rebrotes.
Cuando estos se hicieron realidad y aparecieron los datos terroríficos de la recesión, el protolíder ya estaba en plena fuga de la pandemia y se disponía a cambiar el tercio exhibiendo la conquista personal de 140.000 millones para España, arrancados heroicamente en tierras flamencas a los ogros nórdicos, llamados ‘frugales’ porque pretendían matarnos de hambre. ¿Recuerdan? 120 diputados socialistas traídos a Madrid de las orejas solo para una ovación.
Hay que reconocer que lo ayudaron en la huida el sabotaje parlamentario de un PP cegato y vengativo (el día que Pablo Casado retiró su apoyo al estado de alarma se contaron en España 250 muertes y decenas de miles de nuevos contagios) y los alaridos de los presidentes autonómicos, de Díaz Ayuso a Torra, exigiendo la devolución inmediata de sus sacrosantas competencias. No sabían que les estaban preparando una indigestión de competencias.
El tema del debate entre partidos estos días no es cómo se frena la epidemia, sino quién paga la factura política. Es la admisión vergonzante de una derrota colectiva. Ya que no podemos con el virus, habrá que endilgar el desastre al adversario. No puede haber nada más desmoralizador para una sociedad asustada que contemplar a sus supuestos líderes eludiendo su obligación y lanzándose barro a los ojos cuando el país se va a pique.
Lo peor que podría pasarle ahora a este presidente es que los gobiernos autonómicos aceptaran su envite farolero. Imaginen: Madrid podría pedir un estado de alarma para confinar los barrios del sur de la capital. Murcia, para aislar Lorca y sus alrededores. Aragón, para prohibir la entrada y la salida en Zaragoza. Cataluña, para restringir aún más el derecho de reunión mientras sigue adelante con la Diada. Así, hasta 17 estados de alarma diferentes. Además, a medida que la situación empeorara, se exigirían nuevas variantes a la carta.
El Consejo de Ministros no haría otra cosa que aprobar decretos de declaración del estado de alarma sin siquiera poder discutir su contenido, puesto que el presidente ha prometido que los concederá sin rechistar y ha comprometido de antemano el voto favorable de sus diputados. Además, se vería obligado a comparecer varias veces a la semana en el Congreso para solicitar y votar las prórrogas sucesivas de cada uno de ellos. Y cuando tratara de enviar a un presidente autonómico para que diera la cara en su lugar, le recordarían que es únicamente el Gobierno quien decide el estado de alarma y quien pide y recibe el apoyo parlamentario para prorrogarlo.
Naturalmente, Sánchez descarta ese escenario demencial. Si lo considerara posible, jamás lo habría mencionado. Lo ha hecho contando con el rechazo de las comunidades autónomas. El objetivo no es armar jurídicamente a estas para hacer frente a la epidemia con mayor eficacia, sino buscar una protección preventiva para sí mismo. Disponer de un argumento, exculpatorio para él e inculpatorio para los demás, y esgrimirlo cuando todo se ponga aún peor de lo que está. Y en el punto límite, que le supliquen su intervención.
Como siempre hay alguien más listo, Feijóo ha visto en ello una gran ocasión. La ley solo prevé que una comunidad autónoma se dirija al pleno del Congreso para defender una reforma de su estatuto o una proposición de ley, de ámbito nacional, aprobada por su Parlamento autonómico. Ese es el hueco que ha hallado el astuto presidente gallego. Anuncia que elaborará un texto articulado de gestión de la crisis sanitaria, que lo pasará por el Parlamento gallego y que después lo enviará al Congreso como proposición de ley. Lo que le aseguraría un pleno protagonizado por él, que presentaría y defendería la alternativa normativa del PP al plan Sánchez. Ganancia presente e inversión de futuro. Sánchez prepara trampas a Casado, Casado zancadillea a Sánchez y Feijóo golea en ambas porterías a la vez.
Durante el verano, me he preguntado cómo estarían actuando hoy los grandes estadistas: un Churchill, un Roosevelt, un Helmut Kohl. Como no se trata de aplastar, seamos más modestos: ¿cómo habrían manejado esta crisis los anteriores presidentes españoles, de Suárez a Rajoy, pasando por González, Aznar y Zapatero? Probablemente, cada uno de ellos lo haría de forma distinta. Pero es seguro que ninguno se bajaría del barco en medio de la tormenta, abandonaría el timón o trataría de convertir una crisis nacional en una disputa fullera de derecho administrativo. Ninguno daría la ‘espantá’, por peligroso y traicionero que sea el morlaco. Si al menos Sánchez tuviera una gota del arte de Curro Romero…