Gabriel Sanz-Vozpópuli

  • PP y PSOE fracasaron en 2001 en el desalojo del ‘lehendakari’ del PNV para poner a Mayor Oreja… lo mismo que buscan Puigdemont y Junqueras: que voten contra ‘Madrid’ hasta los nacionalistas muertos

Lo comentaba en esta columna el seis de enero: cuidado que el efecto Illa no acabe convirtiéndose en el efecto Ibarretxe; ¿recuerdan? Aquel lehendakari que iba a perder las elecciones vascas del 13 de mayo de 2001 a manos de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo -con Fernando Savater de maestro de ceremonias-, en justo castigo por la connivencia de su plan con las tesis soberanistas de una ETA que todavía asesinaba. Acabó ganándoles contra pronóstico de casi todos los sondeos. Un ajustadísimo resultado de 33 diputados para el PNV por solo 32 que sumaron PP + PSE. 

Observen la foto que ilustra esta columna, tan ufanos el popular, el socialista y hasta el filósofo, talludito él como para no creerse la teoría del buen salvaje de Rousseau. Fue captada el Palacio Euskalduna de Bilbao solo unas semanas antes de que “los vascos y las vascas” decidieran dar a Juan José Ibarretxe otra legislatura más en el Palacio de Ajuria-Enea… Hasta los nacionalistas muertos se levantaron de la tumba para impedir el desembarco de Madrid en Vitoria, permítanme la exageración.

Hubo que esperar otros cuatro años a que bajara la inflamación nacionalista y el PSE y a que el PP encontrarán dos mirlos blancos por quienes ni Ferraz ni Génova daban un euro, Patxi López y Antonio Basagoiti, los cuales se conjuraron para, desde la nada, propinar a Ibarretxe el puntapié político que un PNV en continua convulsión interna no se atrevía a darle. Para ser honestos, casi ningún partido lo hace estando en el Gobierno.

Así se escribe la historia. Y si la traigo a colación es porque veo en Cataluña señales inquietantes para esta Operación Illa que plantea el PSOE: mismo escenario multipartito fragmentado, mismos vetos mutuos entre nacionalistas y no nacionalistas, y, sobre todo, entre estos últimos; cosa que no ocurría en 2001, conjurados como estuvieron para desalojar a un nacionalismo vasco históricamente pactista que se había echado al monte de la mano del lehendakari.

La jugada de Pedro Sánchez de nombrar a Salvador Illa ministro de Sanidad para catapultarle meses después como candidato del PSC a la Presidencia de la Generalitat, en lugar de Miquel Iceta, ha sido inteligente en su diseño de largo recorrido pero nefasta en su ejecución, que ha devenido en vodevil judicial por la fecha. Hasta la mala suerte ha hecho que su marcha coincida con la peor ratio, como si el destino quisiera poner en cuestión el adiós del capitán del barco en medio del naufragio vírico.

Illa ha dejado Sanidad solo por el ‘qué dirán’; da la sensación de que, si por él fuera, habría saltado de la sede del Ministerio en el madrileño Paseo Del Prado al Palau Sant Jaume sin solución de continuidad

Hoy, miércoles 27 de enero, Illa va a dejar el Ministerio más importante de cuantos tiene este Gobierno en el peor día de la pandemia: con 893 infectados por cada mil habitantes y 593 muertos. Lo hace por el qué dirán, no nos engañemos. Las críticas a su oportunismo por haber permanecido en el cargo un mes tras conocerse la designación parece que le resbalan; da la sensación de que, si por él fuera, seguro habría saltado de la sede del Ministerio de Sanidad, en el madrileño Paseo Del Prado, al despacho del Palau Sant Jaume sin solución de continuidad.

Eso es parte del problema de quien aspira a gobernar un territorio donde el autogobierno constituye santo y seña de identidad,incluso entre los no nacionalistas.Mayor Oreja, pata negra de la política vasca en los años 80 y 90 del pasado siglo, presidente del PP regional antes que ministro, lo sabía y por ello dejó Interior para convertirse en candidato a lehendakari el 28 de febrero de 2001, dos meses y medio antes de competir electoralmente con sus adversarios.

Lo sabía él y también su mentor, José María Aznar, que nunca olvidó que toda guerra electoral, por imprevisible que sea el desenlace, obedece a reglas que no se pueden soslayar. La primera, que el candidato cuente con perfil propio sobre el terreno; no vale eso de “soy ministro al 101%” y mañana puedo ser presidente de la Generalitat. No son cargos institucionales intercambiables.                                

La gente, los electores, acaban por no entender el oportunismo. Puede que los tuyos del PSC y los huérfanos de Ciudadanos y Albert Rivera sí lo entiendan, pero dudo que muchos votantes de PP y, sobre todo, Vox, vayan a caer engatusados. Y La Moncloa no ha efectuado este gasto solo para la pedrea de una “amarga victoria”, como definió Alfonso Guerra la de Aznar en 1996, que el que no se consuela es porque no quiere.

Si Puigdemont/Borrás vuelven a ganar y el PSC no suma con ERC, en Ferraz y en La Moncloa oiremos el domingo 14 de febrero por la noche: ‘Houston, tenemos un problema’

Ser el primero en las elecciones del 14 de febrero es condición sine qua non para que Illa -opte a un Gobierno tripartito con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y En Comú Podem, pero no la única. Necesita, además, la desmovilización del independentismo, justo lo contrario de lo que su candidatura en diferido para optimizarla al máximo mediáticamente ha propiciado. Más bien, el escenario al que parecen dirigirse unos comicios catalanes tan accidentados que, por no tener no tienen fecha fija todavía, puede ser el resultante de un efecto Ibarretxe: que ERC y Junts per Cat -el eterno Carles Puigdemont volviendo por sus fueros- logren la reacción buscada tocando a rebato a votar el 14 de febrero. Y ya sabemos que los campanarios en la Cataluña rural llaman a votar lo que llaman a votar… que no es PSC precisamente.

Ese es el escenario ideal de Puigdemont, que siga la rauxa que él contribuyó a instalar en la sociedad para que lo capitalice su candidata, Laura Borrás, Ella o Illa, no unos Oriol Junqueras y su hombre en el Govern, Pere Aragonés, quienes, a ojos del expresident, llevan meses jugando a la puta y la Ramoneta con el PSOE y La Moncloaen palabras de Jordi Pujol -maestro consumado de la doblez-; que lo paguen en las urnas, que ya se sabe que Roma no paga traidores.

Nada es casual. El Govern de Junts per Cat y ERC ha pasado de defender a ultranza el confinamiento domiciliario férreo para boicotear el 14-F -y así desactivar el efecto Illa– a permitir que la gente vaya a mítines; vamos, que se movilicen los suyos en revivir en la idea de que Madrid les ha regalado a última hora un Mayor Oreja bis con el cual organizar un Todos contra Illa que saque al nacionalismo catalán hasta de la tumba, si hace falta, como hace veinte años en el País Vasco.

Una cosa sí está clara: igual que el exministro del Interior del PP, Nicolás Redondo, el PNV y demás actores tuvieron claro entonces que el constitucionalismo gobernaría si sumaba, hoy en Cataluña no está claro nada: no está claro, primero, que Salvador Illa gane; ni que, gane o pierda, la resultante le dé para sumar con ERC y los comunes; ni que, caso contrario, ERC quede por delante de Junts per Cat, el mal menor para un Pedro Sánchez que a estas alturas debe estar cruzando los dedos.

De momento, el exministro de Sanidad ha ofrecido a los electores la única combinación que, de entrada, no sumará en ningún caso los 68 escaños de mayoría absoluta en el Parlament: gobierno del PSC con los comunes… Ya, ya sé que es pura estrategia para desmarcarse de los republicanos, pero, ojo, porque está sirviendo a ERC para acercar su relato al de Junts per Cat y las CUP: “Illa es Madrit”.

Así que, si Puigdemont/Borrás dan la sorpresa y vuelven a ganar -lo pronostica más de un sondeo- y la operación Illa con ERC no suma, en Ferraz y en La Moncloa oiremos el 14 de febrero por la noche: Houston, tenemos un problema... Atentos.