Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 6/3/12
La lectura del texto presentando hace unos días por la izquierda abertzale, Viento de Solución, nos retrotrae a 1969 y a la banda terrorista de los Weathermen (Hombres del Tiempo). A consecuencia de la disolución de la organización de izquierdas estadounidense Estudiantes para una Sociedad Democrática, un grupo de sus antiguos miembros pasaron a la lucha armada, adoptando su nombre de una estrofa de la canción de Bob Dylan, Subterranean Homesick Blues: “No es necesario que ningún hombre del tiempo te diga de qué lado sopla el viento”. Por el contrario, la izquierda abertzale, tras décadas de sembrar y soplar el viento del terrorismo, se arroga ahora el papel de weatherman para decirnos de qué lado ha soplado el viento en la sociedad vasca los últimos cincuenta años.
Michael Ignatieff distingue entre dos tipos de verdad: la verdad “factual” (las narraciones que cuentan “lo que ocurrió”) y la verdad “moral” (las narraciones que explican “por qué y a causa de quién”). Con el escrito abertzale ni tan siquiera es posible alcanzar un mínimo común denominador acerca de lo ocurrido. Qué no será ya en torno a los siempre más abstrusos y alambicados por qué y a causa de quién. En el texto late esa “subcultura de la violencia” que justifica o excusa el empleo de la violencia como un medio para resolver conflictos; late esa “guerra de fantasía” de dos ejércitos enfrentados con sus respectivas víctimas; late esa transferencia de culpa y difusión de su propia responsabilidad a instancias ajenas. Todo ello festoneado con la jerigonza de la nada, propia de mediadores sinsustancia, acomodaticios y muy interesados. La izquierda abertzale no sigue un itinerario de prontos. Tiene claros sus objetivos y ni tan siquiera contempla la posibilidad de que éstos hayan quedado contaminados por los medios empleados para su obtención. Tras décadas marcándonos la agenda con su insensibilidad útil, ahora nos la quiere seguir marcando con su nueva sensibilidad útil del “profundo pesar”. Así y todo, sea bienvenido el apearse de ese “desapego o desconexión moral” que tanto les ha caracterizado. Creo, además, en las segundas oportunidades tanto para los individuos como para los colectivos. Ahora bien, siempre y cuando unos y otros asuman sus pasados —aun entendiendo que no debe de ser nada fácil el pechar con muchos de ellos— y no se nos muestren como hombres sin sombra.
En la novela de Guerra Garrido La costumbre de morir, asistimos a un diálogo entre el hijo de un guardia civil asesinado y el terrorista que acabó con su vida dieciocho años antes. En un momento dado, el antiguo terrorista le dirá: “Somos dos casos paralelos”. “Sólo que tú te ablandaste para olvidar una historia y yo me endurecí para recordarla”, le responderá el hijo del padre ausente. No necesitamos de weathermen para decirnos de qué lado ha soplado el viento.
Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 6/3/12