Ignacio Camacho-ABC

Lo peor de ciertos escándalos de perfil turbio es que no se pueden explicar sin que afloren asuntos aún más oscuros

Hay algo peor que tratar de explicar un escándalo opaco, y es que bajo la oscuridad haya asuntos aún más turbios y más difíciles de justificar que el propio escándalo. Quizá por eso el Gobierno prefiera aguantar unos días el inevitable alboroto del Delcygate -ya soltará alguna liebre de distracción el aparato de propaganda- antes que revelar detalles que lo dejen en situación aún más desairada. Nada bueno puede salir de ese encuentro nocturno y semifurtivo en Barajas; salga lo que salga alguien va a quedar en posición poco grata. Ábalos, que ya lo está, Sánchez, Marlaska, Zapatero o Iglesias con sus peligrosas conexiones venezolanas. La ocultación y/o la mentira simple y llana siempre resultarán más rentables y menos comprometedoras que la verdad desnuda y descalza, y al fin y al cabo el ministro es uno de esos hombres de confianza dispuestos a comerse cualquier marrón para sacar a su jefe de una tesitura complicada. Los ajedrecistas -como Redondo- llaman zugzwang a esta clase de circunstancias en la que el jugador se ve envuelto en una trampa porque cualquier pieza que mueva lo deja en desventaja. Es un lose-lose, perder o perder, una elección inexorablemente autolesiva, desfavorable, aciaga.

Si Ábalos fue a deshacer un lío que había montado ZP, malo. Si la escala de la vicepresidenta de Maduro tenía que ver con Podemos, peor. Si estaba por medio la visita de Guaidó a Madrid, catastrófico. En cualquiera de los casos, el criterio común de la Unión Europea -defendido oficialmente por Borrell, para mayor escarnio- quedaba desautorizado. Y Sánchez, en entredicho tanto si se hallaba al margen como si sabía algo. Puenteado en su autoridad o colaborador necesario de una posible ilegalidad o, como mínimo, de un desafío diplomático. Con la evidencia añadida del mecenazgo que su principal aliado recibió del régimen bolivariano, y la sospecha por parte de Iglesias de que el ministro fuese enviado a buscar material comprometedor con el que presionarlo. De una manera o de otra, el Gabinete aparece enredado en una operación clandestina de la que no puede sacar más que estragos. Una crisis en la que se ha metido solo, un pantano en el que mientras más chapotee más se hunde en el fango. Una bicoca inesperada para la oposición… si ésta fuese capaz de encontrar sus propias fuentes de datos.

Lo más probable es que Moncloa aplique el manual escapista. Maniobras de atención alternativa y apelaciones a la necesidad de cerrar filas contra el acoso de la derecha y de la prensa crítica. El clásico enroque victimista de quien no tiene mejor salida. Pero el affaire dejará secuelas, y acaso las que más preocupen a Sánchez sean las que afectan a la correlación interna de fuerzas. Porque, como él mismo dijo, Podemos lleva a cuestas sus vínculos con Venezuela y porque allá donde ande por medio Zapatero acaban brotando más pronto o más tarde los problemas.