Tonia Etxarri-El Correo

El presidente Sánchez, sin margen de movimientos entre ministros ‘bolivarianos’ y aliados secesionistas

La dirigente de los socialistas vascos, Idoia Mendia, fue una de las notables ausentes en el acto de homenaje que la familia y amigos de Gregorio Ordóñez realizaron en San Sebastián con motivo del 25 aniversario de su asesinato a manos de ETA. Pero al día siguiente ya inició su campaña electoral como candidata a lehendakari. Y, de la mano de la portavoz socialista en el Congreso, Adriana Lastra, presentó a su partido como la vanguardia de «una nueva forma de hacer política». Se refería al diálogo. Sin concretar que ese talante no tiene un enfoque transversal sino que va dirigido, hoy por hoy, hacia comunistas y nacionalistas. Un cajón de sastre en el que caben los socialistas con populistas partidarios de regímenes totalitarios y secesionistas que planean romper el país. Es el sello de Pedro Sánchez, que necesita tantos apoyos de los que renegaba no hace mucho. El ‘sanchismo’ se va fortaleciendo en su capacidad para cambiar el cuento. Los ‘volantazos’ son tan constantes que ya ni los más próximos se atreven a apostar por dónde irán los próximos movimientos. El campo está embarrado y los debidos prejuicios sobre el cumplimiento de la ley van desapareciendo.

Los pactos de los socialistas con EH Bildu van abriendo vía. Sin problemas. Sin exigencias democráticas a quienes no reniegan de ETA. En el Gobierno de Navarra, en Irún y muy probablemente en Estella. «Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra», decía Simone de Beauvoir. Lo cierto es que el camino de Sánchez se va allanando a medida que los ciudadanos van perdiendo su capacidad de asombro. Su habilidad para contradecirse a sí mismo no tiene rival. Se muestra «encantado» con la reunión que piensa celebrar con Quim Torra el ‘inhabilitado’. No disimula sus urgencias para reformar el Código Penal y poder rebajar el castigo por delito de sedición para congraciarse con Junqueras. Oculta datos de difícil explicación (atrás quedó la reclamada transparencia ) o, sencillamente, falta a la verdad. Una actitud, por lo visto, contagiosa.

Si el ministro Ábalos fuera un jefe político en EE UU de cualquier época anterior a Trump, ya habría tenido que dimitir. Por haber mentido. Empezó negando la existencia de su entrevista clandestina con la vicepresidenta de Venezuela. Pasó a reconocer a regañadientes el encuentro «fortuito» para terminar cargando la responsabilidad de la alevosa operación al ministro Marlaska. Subió su grado de desafío porfiando que a él no le echa nadie y rubrica su paso marcial riñendo a los periodistas incómodos porque, vaya por Dios, tenemos la manía de preguntar.

Así está el ambiente. El siniestro capítulo de la entrevista con la ‘número dos’ del Gobierno de Maduro sobre la que pesa una orden de detención en el espacio ‘Schengen’ no tiene justificación desde una óptica demócratica. Pero este enredo de serial obedece a motivos concretos. Sánchez le debe favores a Zapatero y a Podemos. Al primero porque colaboró en su investidura. Al segundo, porque lo tiene sentado en el Consejo de Ministros. Curiosamente, en el texto del acuerdo de Gobierno entre Pedro y Pablo no figura ni una mención sobre política exterior. Una omisión deliberadamente buscada para salvar los desacuerdos.

Si hace días Iglesias tuvo que desdecirse de sus opiniones sobre Tezanos en el CIS y el papel de la exministra Lola Delgado en la política, ahora se ha anotado un triunfo: salvada la papeleta de la vicepresidenta de Maduro. Han provocado una crisis que genera incertidumbres donde Sánchez ha dicho, para excusar a su ministro, que se evitó una crisis diplomática. ¿Dónde estuvo la pericia diplomática? ¿En no detener a la vicepresidenta vetada en territorio europeo?

A nadie se le escapa que Sánchez, cogobernando con ‘bolivarianos’ de confesión y asesoramiento, tiene poco margen para oponerse al régimen de Maduro. Por eso él no recibió a Juan Guaidó. Al contrario de lo que hicieron los presidentes de gobiernos europeos. El Sánchez de ahora contradiciendo al Sánchez de hace un año. Y Zapatero, como buen emisario de Maduro, aplaudiendo el plantón que él mismo recomendó. La indignación escenificada por Felipe González ha visualizado el choque entre los dos ex presidentes socialistas. Maduro, de momento, tranquilo en su Venezuela hambrienta y atemorizada con el nuevo Gobierno de España. Justo lo contrario que el 95 % de ciudadanos españoles que, según vaticinó el propio Sánchez, ya no pueden conciliar el sueño.