Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Las izquierdas se han apropiado el discurso medioambiental y apuestan por el decrecimiento

Acaba de empezar un mes de cierre a cal y canto de todos los caladeros de pesca en el golfo de Gascoña con el argumento de que así se va a proteger a los delfines del Atlántico. Es una situación inédita desde la Segunda Guerra Mundial. Cuatro ONG muy preocupadas por los pequeños cetáceos capturados involuntariamente en las redes, han forzado al gobierno francés a prohibir la pesca durante treinta días. Se calcula que solo los pescadores galos, sin contar los españoles de la costa cantábrica, perderán unos 60 millones de euros. Lo curioso es que no hay evidencia científica alguna de que esta prohibición tenga efectos positivos en la población de delfines, que, por otra parte, no ha hecho más que crecer en los últimos años. Todos los pesqueros llevan dispositivos acústicos para alejar de las redes a los simpáticos delfines, pero eso no impedirá que suban los precios del pescado mientras la población de «flipers» sigue surcando los océanos. Es una muestra de populismo verde.

La vicepresidenta Teresa Ribera, que se está viniendo arriba desde que Pedro Sánchez le ha dado más galones, es el prototipo de los políticos sandía: verde por fuera, roja por dentro. Cuando Josu Jon Imaz el consejero delegado de Repsol, una de las grandes compañías energéticas mundiales; un ejecutivo que gestiona una plantilla de casi veinticinco mil empleados y doctor en Química, puso el dedo en la llaga de la política energética-izquierdista del gobierno, diciendo que «se apoya en argumentos ideológicos, no técnicos ni científicos», la guardiana del eco-postureo de Sánchez, le acusó de populista y negacionista. Una vice de Sánchez acusando a un empresario serio de populista. El mundo al revés. La misma que ha levantado la obligación de elaborar un estudio de impacto ambiental de los parques eólicos y fotovoltaicos. Viven en la contradicción porque, además, prohiben extraer gas en España y lo traen de otros puntos donde solo la extracción y el transporte generan más CO2 que si se hiciera aquí. Subvencionan coches eléctricos para una minoría y castigan el gasóleo de la mayoría.

Las izquierdas se han apropiado del relato medioambiental que tiene mucho de emocional y poco de científico. No hay más que ver las fotos de políticos vestidos de calle por las playas buscando unos pocos pellets de plástico para salir en el telediario aunque se alarme gratuitamente a todo el mercado de pescado y marisco. Treinta y cuatro premios Nobel acaban de firmar una carta al Parlamento Europeo pidiendo que se modere la legislación en nombre del clima. Imploran a los políticos que rechacen los dogmas y las tinieblas del alarmismo anti-científico y escuchen a la ciencia. Pero las izquierdas abanderan la teoría del decrecimiento: menos desarrollo, igual a un planeta más verde. Y eso vende mucho.